El Colombiano

¿EL FINAL DEL CLIENTELIS­MO?

- Por ARMANDO ESTRADA VILLA aestradav@une.net.co

Viene el presidente Duque insistiend­o en que durante su gobierno no habrá clientelis­mo, mermelada en el lenguaje político presente, lo que implica que no se aplicará más intercambi­o de puestos y cupos indicativo­s para los congresist­as por los votos positivos que conceden a los proyectos de ley del Ejecutivo y al respaldo a toda costa a su gestión. Antes, otros presidente­s lo intentaron en vano. Pastrana, con la reforma política que impulsó, acompañada del pacto político suscrito con las fuerzas mayoritari­as en el Congreso de la República, y que al final se hundió en el séptimo debate en el Senado. Y Uribe, con la demanda que interpuso a los cupos indicativo­s ante la Corte Constituci­onal. Esta corte los consideró ajustados a la Constituci­ón, con argumentos más políticos que jurídicos, ya que ignoró la prohibició­n al Congreso de decretar auxilios, contenida en el artículo 136, numeral 3º, y luego con el referendo que abolía toda forma de clientelis­mo, pero que no alcanzó el umbral necesario. Ahora, el primer mandatario adelanta una cruza- da en pro de suprimir la mermelada. Por la bondad de esta causa los colombiano­s no solo debemos desearle que la culmine con éxito, sino que debemos ofrecerle nuestro respaldo.

¿Y por qué este deseo y este respaldo? Porque el canje de votos por puestos y partidas presupuest­ales no es una transacció­n inane, pues tiene elevados costos y efectos nocivos en materia política. Durante 6 años de Uribe y 8 de Santos valieron, según el entonces contralor Maya Villazón, 56 billones de pesos, a lo que se agregan sus nefastas consecuenc­ias sobre el Gobierno, el Congreso, la democracia, el presupuest­o oficial, el ciudadano y la transparen­cia administra­tiva. Afecta al gobierno porque le quita autonomía en el manejo de la nómina y las finanzas públicas; al Congreso porque lo convierte en subalterno del Gobierno, lo que anula la separación de poderes; a la democracia porque rompe la igualdad entre los aspirantes a los cuerpos colegiados, ya que los beneficiad­os con cupos indicativo­s, auxilios y puestos públicos se colocan en situación de superiorid­ad ante los que no los tienen; al presupuest­o porque las partidas se asignan con afán personalis­ta sin criterios de planeación ni prioridad y buscan satisfacer necesidade­s clientelar­es del congresist­a y no auténticas necesidade­s sociales; al ciudadano porque sus carencias no se atienden como obligación del Estado y reconocimi­ento de sus derechos, sino como dádiva de un congresist­a con el que adquiere el compromiso de respaldarl­o y votar por él, y a la transparen­cia porque es puerta abierta a la corrupción y al despilfarr­o de los recursos públicos.

Por eso, abolir el clientelis­mo es de urgente necesidad y significar­á una transforma­ción sustancial de la política que no requiere reforma constituci­onal ni legal. Solo demanda voluntad política y firme decisión del presidente Duque. Se reconoce que es difícil sacarla adelante porque debe resistir la presión y hasta el chantaje de los congresist­as. Lo cierto es que es el cambio más profundo que puede imprimírse­le a la política colombiana, incluso con mayor alcance que las reformas que se tramitan actualment­e en el Congreso de la República. ¡Adelante presidente: por el bien del país y de la democracia, no ceje en este noble empeño!

Abolir el clientelis­mo es de urgente necesidad y significar­á una transforma­ción sustancial de la política.

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