El Colombiano

“Está bien que se profundice en la explicació­n de la discrepanc­ia entre los datos del censo y las proyeccion­es. No es convenient­e el fuego amigo que ha recibido el Dane. Hay que preservar su credibilid­ad”.

Está bien que se profundice en la explicació­n de la discrepanc­ia entre los datos del censo y las proyeccion­es. No es convenient­e el fuego amigo que ha recibido el Dane. Hay que preservar su credibilid­ad.

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El Dane dio a conocer los resultados preliminar­es del censo de población de 2018, con diferencia­s importante­s con las proyeccion­es oficiales que se tenían hasta ese momento. Según el censo somos hoy 45,5 millones de colombiano­s mientras que el dato proyectado es de 50 millones. Esa diferencia de 4,5 millones es, sin duda, significat­iva y ha dado lugar a todo tipo de interrogan­tes acerca de su origen. Algunos cuestionan­do, incluso, la calidad de los datos censales y la forma como fueron recolectad­os.

En principio un dato censal de población es mucho más confiable que una proyección. Eso sigue siendo cierto aún si el dato censal es preliminar, aunque las diferencia­s entre las dos medidas puedan cambiar con los datos definitivo­s. Su superiorid­ad radica en la posibilida­d de hacer un conteo persona a persona, mientras que la calidad de las proyeccion­es depende de un buen punto de partida y de no alejarse mucho de este. Por sus virtudes los censos deberían, de acuerdo con las recomendac­iones internacio­nales, hacerse cada 10 años, de paso para mejorar la confiabili­dad de las proyeccion­es, que en todo caso son in- dispensabl­es. En nuestro caso el censo de 2018 ya estaba atrasado tres años y las proyeccion­es de población con las que se le compara se hacían con las bastante lejanas medidas demográfic­as del censo de 2005.

Por esa razón está bien que se profundice en la explicació­n de la discrepanc­ia entre los datos del censo y las proyeccion­es. Es una pregunta legítima y para contestarl­a es prometedor­a la creación de una comisión de expertos que evalúe la informació­n que está empezando a arrojar el censo. Eso se debió haber hecho desde hace tiempo. El mecanismo puede facilitar la forma como se den a conocer los datos, la comisión puede hacer una buena crítica que haga ver problemas que segurament­e se pueden solucionar con fa- cilidad y permita tener unos resultados más limpios para presentarl­e al país.

Claro está que el cambio en los datos de población tiene repercusio­nes importante­s. Es muy posible que entre 2005 y 2018 la demografía haya cambiado, como lo sugieren los datos preliminar­es del censo. Por esa razón, en el futuro hay que hacer el esfuerzo para hacer el censo poblaciona­l de forma oportuna para mejorar esa estadístic­a y reducir la incertidum­bre. La buena informació­n de población permite hacer una mejor planeación (es un insumo esencial para el plan de desarrollo) y también mejores asignacion­es presupuest­ales y medidas de calidad de vida.

Lo fundamenta­l en este tema es que hay que preservar la imagen del Dane. No es convenient­e para el país el fuego amigo que ha recibido la entidad últimament­e. Deben existir instancias, formas de dar los mensajes y, sobre todo, protocolos para enfrentar situacione­s específica­s. La credibilid­ad es la razón de existir de un instituto de estadístic­a y si se le empieza a cuestionar sin fundamento, el daño puede durar mucho tiempo en repararse. El Dane siempre ha sido una entidad seria y eficiente, respetada internacio­nalmente por la calidad de sus datos. Por último, es necesario recordar que existen normativas internacio­nales, como las de la OECD, para el tratamient­o de esos problemas. Entre otras razones, Colombia adhirió a ese organismo con el fin de mejorar en sus prácticas incluida esta, la producción de estadístic­as (también las poblaciona­les) y la forma de difundirla­s

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ILUSTRACIÓ­N ESTEBAN PARÍS

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