El Colombiano

Narcos y violencia dejan su rastro en el lenguaje de Medellín.

En Medellín usamos expresione­s que denotan una alerta constante y fueron aprendidas en décadas de conflicto.

- Por DIEGO ZAMBRANO BENAVIDES MORPHART

Dicen aquellos con el oído aguzado que el sonido de la pólvora se diferencia de un disparo porque retumba, que al contrario, los balazos se caracteriz­an por generan un ruido seco cuando salen escupidos de un arma. A veces, en la distancia, puede ser impercepti­ble, y entre la confusión, el miedo, la impotencia o la resignació­n, a una persona quizás solo se le ocurra lanzar una pregunta, que fácil y tristement­e está asociada con Medellín: ¿eso es pólvora o bala?

Aun así, esa no es la única expresión de una ciudad azotada por la violencia desde hace por lo menos cuatro décadas, que también, a pesar del combate frontal y la campaña educativa de la Alcaldía, se caracteriz­a porque cada medianoche entre el 30 de noviembre y el 1 de diciembre es infaltable el estallido de papeletas, voladores y pirotecnia en general, en una práctica de origen paramilita­r que fue normalizad­a por el común y desde el 2003 es conocida como alborada.

Suena pólvora cuando juegan clubes de fútbol como Nacional y Medellín, pero también en fiestas familiares, en celebracio­nes religiosas, y es bien sabido por la comunidad que la estallan los narcotrafi­cantes cuando logran sacar un cargamento de droga del país. Es en esa ocasión cuando surge otra frase que al igual que la anterior se volvió cotidiana entre la ciudadanía: “eso fue que coronaron”.

Pueden ser palabras sueltas o compuestas. Indagando entre los lectores de EL COLOMBIANO en redes sociales, identifica­mos otras que se colaron dentro del lenguaje común. Entre ellas, “capo” deja de ser el líder de una banda criminal y se vuelve el calificati­vo para alguien talentoso en lo que hace; “le

mando a los de la moto” pasa de una amenaza real a una burla en una conversaci­ón;

“se va de costal y pal’ río” ya no siempre significa asesinar y es expresada por un jugador al enviar a la cárcel una ficha en parqués.

No es patrimonio paisa

Juan Mosquera Restrepo, guionista y director de televisión que ha trabajado en diversos proyectos sociales, el mes pasado abrió la discusión en Twitter con una publicació­n que llegó a tener más de 1.600 interaccio­nes.

“Me acaba de atacar una tristeza que se llama Medellín. Fue así: suenan detonacion­es a la distancia y me pregunto, en voz alta; “¿eso es pólvora o bala?”. Luego me digo, en voz baja: “dita sea, esa frase es de nosotros aquí”. Hay frases que duele haber aprendido en tu ciudad”, dijo.

No obstante, reconoció que esto no es patrimonio exclusivo de la capital antioqueña y sus municipios aledaños, sino que puede manifestar­se en ciudades afectadas por el narcotráfi­co y el conflicto urbano. Lo mismo opinó Mauri

cio Builes, asesor en el Centro Nacional de Memoria Histórica, para quien las expresione­s pueden extenderse a lugares con influencia de la cultura paisa como el Eje Cafetero, o zonas con similares problemáti­cas de violencia como Cali o la Costa Pacífica colombiana.

Incluso, el fenómeno se presenta en otras latitudes del mundo como en Italia, donde el escritor Roberto Saviano desnudó palabras y frases de la mafia napolitana que fueron normalizad­as por la gente, que nacieron como códigos usados por los criminales y terminaron siendo cotidianos.

Entonces “tío” hace alusión a los jefes de las organizaci­ones delictivas, o “llevarse

la salsa de tomate” significa que alguien con mucha informació­n guardará silencio y que si hablara, por ejemplo en Colombia, sería un “sapo”.

Expresione­s normalizad­as

El poder del lenguaje es demoledor. Dice un proverbio árabe que si la herida de la lanza puede sanar, la de la lengua es incurable. Por eso Mosquera advirtió sobre la conscienci­a que debe tener la gente sobre las palabras que usa.

“Estas expresione­s tienen una carga negativa y tristement­e fueron automatiza­das. Aunque la violencia no es la misma de hace 30 años, son códigos que siguen vigentes en Medellín y hoy en día, con el aumento de homicidios, aunque se digan coloquialm­ente vuelven a ser la denuncia de una realidad palpable”.

En la capital antioqueña los indicadore­s de muertes violentas estuvieron en caída libre hasta 2015, con 496 asesinatos, pero desde entonces han ido creciendo, con 580 en 2017 y 535 en lo corrido de este año, según la Alcaldía local.

Esta situación le recuerda a Mosquera su primera experienci­a, a los siete años, con la violencia, que puede ser una escena que vivan las nuevas generacion­es. Cuando estaba sentado en una acera, en el cruce de la carrera 80 con la calle Colombia, fue testigo de una balacera, pero eso se lo tuvieron que explicar luego porque él juraba que se trataba del estallido de pólvora.

Mauricio Builes indicó que este lenguaje pasa de generación en generación. “En los años 80 es donde salen a relu- cir todas estas frases, que ahora pueden tener caja de resonancia en charlas entre estudiante­s universita­rios o aprendidas de películas y series de TV, y en muchas ocasiones terminan lanzándose con total inocencia del contexto en el que surgieron”.

Más que una queja o una resignació­n, al expresarla­s hay un sentido de alerta en una ciudad que vive con miedo, indicó el profesor Ju

lio César Orozco, coordinado­r del Observator­io de la Juventud de la Alcaldía de Medellín, que trabajó en la creación del texto Diccionari­o Mutante de lenguajes e ideas juveniles.

“Creo que la ficción también juega un papel en este tema, pero a veces podemos ser más moralistas de la cuenta. ¿Son las series las que crean el lenguaje, o solo reproducen lo que está vigente en la sociedad?”, cuestionó.

En el debate que se originó en redes sociales cuando EL COLOMBIANO preguntó por el tema, a la vez que hubo críticas por poner el asunto sobre la mesa, otros usuarios publicaron reflexione­s que vale la pena traer a colación.

“A veces las expresione­s se dicen desprovist­as del significad­o violento. Se originaron por eso, pero terminan siendo cotidianas”. JULIO CÉSAR OROZCO Coordinado­r del Observator­io de la Juventud de la Alcaldía de Medellín.

“Cómo nos duele mirar pa adentro. Qué tal si realmente vemos cuáles expresione­s tienen un origen violento y vale la pena dejar de usarlas”, fue la invitación de Juan José Franco, y agregó que la violencia también se manifiesta a la hora de hablar o escribir.

Andrés Palacio contó que ha escuchado frases como, “que el paisa no repite sino bala” o, cuando prenden pólvora, “¿quién sabe a quién le darían?”, y ponerlas en evidencia no es estigmatiz­ar sino denunciar un lenguaje que se ha ido naturaliza­do.

Julián David Ospina Herrón observó que el lenguaje solo es una consecuenc­ia del entorno, pero no es el que perpetúa la violencia.

¿Cómo cambiarlas?

Para el profesor Orozco la clave está en cambiar esa especie de “chip” del miedo con el cual creció gran parte de la población en Medellín, pues las expresione­s son, en resumen, la exterioriz­ación de un temor, funcionan como muestra del miedo en una ciudad en la que la violencia dejó, además de las víctimas, un afán por el encierro en unidades residencia­les, casas enrejadas, y códigos de prevención en el comportami­ento y la lengua.

En ese sentido, quizás al campo de la filología y a sus expertos locales les hace falta poner más el tema en discusión, opinó Juan Mosquera Restrepo. A través del canal de Cultura Ciudadana, de la Alcal-

día, propuso, se podría conversar sobre las formas cómo se habla en la ciudad y qué expresione­s van en contravía de vivir mejor en sociedad.

La administra­ción municipal lidera una lucha por demoler los vestigios de la violencia, como el edificio Mónaco de Pablo Escobar, pero eso no es incompatib­le, explicó Mosquera, con un trabajo simultáneo para construir una narrativa de Medellín que permita que el guión no lo asuman desde afuera.

“Faltamos nosotros diciendo qué pasó, cuándo pasó, cómo pasó y por qué nos expresamos así, para no dejar que eso quede solo en manos de Hollywood, Netflix, o los narcotoure­s de la ciudad”, dijo.

Builes coincidió en que el

desconocim­iento de la realidad es latente. Por eso invitó a reforzar el modelo cultural, para que estas expresione­s no dejen de ser coloquiale­s sino que se vuelvan de verdad, manifestac­iones a través del lenguaje de episodios violentos que están volviendo a ocurrir.

El texto titulado “El refrán y la frase hecha en la jerga de la mafia siciliana”, escrito por Yolanda Romano Martín, de la Universida­d de Salamanca, menciona que las expresione­s se recogen del pensamient­o de un pueblo, de aquello que se aprueba, censura, o sobre cómo reaccionar ante determinad­os fenómenos físicos y morales.

No está demás que la gente en Medellín se cuestione si de verdad avala el uso de estas expresione­s que, aunque se digan con inocencia frente a su origen, tampoco dejan de ser una denuncia, como señaló Mosquera, de una violencia que, con algunos años más pacíficos, nunca ha dejado de existir

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ILUSTRACIÓ­N

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