EDITORIAL
Son demasiadas y graves las arremetidas del presidente de EE.UU. contra periodistas a los que no deja de llamar ‘enemigos del pueblo’. Más que su procacidad, inquieta la censura a la libertad de informar.
“Son demasiadas y graves las arremetidas del presidente de EE.UU. contra periodistas a los que no deja de llamar ‘enemigos del pueblo’. Más que su procacidad, inquieta la censura a la libertad de informar”.
En diferentes organismos que defienden, auspician y coordinan la labor de la prensa y los periodistas en Estados Unidos y el continente americano, hay unanimidad al advertir que el presidente Donald Trump está pasando los límites en sus imposiciones y tratos a los corresponsales que cubren la Casa Blanca.
El episodio reciente en el cual pretendió desconocer y censurar las preguntas del reportero de la cadena CNN Jim Acosta, y la posterior suspensión de su acreditación, suben el tono de las agresiones del mandatario de un país y una democracia con una tradición incondicional de respeto a las libertades, en especial la de expresión y las de la prensa.
Ya no incomodan solo lo desobligantes y displicentes que son las reacciones de Trump frente a los periodistas que lo confrontan y le plantean preguntas punzantes en las ruedas de prensa, sino que hay repetidas actitudes de cerrar las puertas a los medios que no están dispuestos a entrar en un diálogo complaciente o en entrevistas guiadas por los criterios e intereses del presidente.
La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) reaccionó sin rodeos a lo ocurrido con Jim Acosta: las descalificaciones y la de- sacreditación posterior son un acto de censura. Y la misma CNN advirtió que se trata de la continuación de las represalias de Trump contra la cadena, y de un hilo de hostilidades contra los medios que investigan, analizan y cuestionan algunas políticas del actual gobierno de los Estados Unidos.
Hay preocupación creciente por estas actitudes cada vez más amenazantes por parte del jefe de una nación sólida en el equilibrio de sus poderes y contrapoderes, y siempre apoyada en el papel esencial de la prensa para formar a la opinión pública, garantizar el ejercicio de los derechos civiles y cumplir su tarea de guardiana de la democracia y la transparencia.
Una tradición larga y vigorosa de redacciones defensoras de los valores y libertades consagrados en la Constitución y sus enmiendas, que retrata un periodismo que es referencia para el continente y para el mundo. Ante esa historia y ese patrimonio, parte del periodismo estadounidense siente hoy que Trump, responsable máximo de tales garantías, empieza a comportar actitudes que saltan de la procadidad a un autoritarismo inaceptable en los modales y las relaciones Gobierno - prensa en aquel país.
Se le critica a la Casa Blanca que aún quiera seguir pasando cuentas de cobro a medios y periodistas, a partir de las tensiones y polarizaciones que dejó la pasada campaña electoral, tras la cual aparecen en la escena mediática y en los juicios de responsabilidad política actuales episodios como la “trama rusa”, la inquietante posibilidad de que la inteligencia rusa haya incidido en la elección de Trump y la derrota de Hillary Clinton.
Los mismos corresponsales de la Casa Blanca aceptan que, ante los asomos de censura y agresión, decidieron entre ellos hacer de diferente forma las preguntas que el presidente se niega a contestar. La prensa no puede permitirse un rol de concesiones y apenas notarial, de parlante amplificador, frente a las decisiones y políticas del gobierno que marca las dinámicas de la política internacional.
Reporteros Sin Fronteras empleó una categoría bastante descriptiva de la actitud con Acosta: “desenfrenada hostilidad”. Es ese ambiente el que debe erradicarse, porque el presidente Trump por momentos parece decidido a pisotear la Primera Enmienda, y eso no lo pueden aceptar ni el público ni la prensa libre de su país ni de un mundo necesitado de buenos ejemplos de democracia