“La situación de inseguridad en la región exige la recomposición del pie de fuerza y la redefinición de los objetivos a combatir. Hay que devolverle la confianza a la ciudadanía”.
La situación de inseguridad en la región exige la recomposición del pie de fuerza y la redefinición de los objetivos a combatir. Hay que devolverle la confianza a la ciudadanía.
Después del Aburrá, la región con mayor presencia de organismos de seguridad, públicos y privados, en el departamento es el Oriente cercano, próspero en industrias, actividades de servicio y turismo; pero algo falla porque la inseguridad es un problema creciente y degenerativo, al punto que se ha convertido en la mayor preocupación de sus habitantes, especialmente entre los propietarios de casas campestres y fincas de trabajo, azotadas por la delincuencia.
Quien sale de su propiedad o pretende descansar en la misma, lo hace en medio de la zozobra, siempre pensando que el delincuente está al acecho, situación que tiene que revertirse: que tema el ladrón, no la gente de bien.
Solo este año la Policía Nacional ha recibido 410 denuncias por robos a casas en el Oriente cercano, hechos que tienen especial incidencia en la región de Sajonia, donde hay gran concentración de fincas de recreo, muchas de ellas solo ocupadas los fines de semana o dejadas al cuidado de algún mayordomo y su familia.
Facilita la actividad de los ladrones la no denuncia de un alto número de agresiones contra la propiedad privada, toda vez que se trata de un de- lito querellable. Es decir, sin denuncia tampoco habrá investigación ni sanción penal.
El mapa de atracos se extiende por predios de Rionegro, Guarne, La Ceja, Marinilla, Concepción, San Vicente y Abejorral, de acuerdo con registros de la Regional 6 de Policía, que tiene bajo su responsabilidad el control de la seguridad en la región.
Vale reconocer la labor de la policía que ha logrado, en muchos casos, con información ciudadana, a través de estrategias de comunicación activadas en los últimos meses, desmantelar varios de los grupos criminales que actúan en la zona. Sin embargo, muchos de estos criminales pronto recuperan su libertad y vuelven a sus fechorías.
Frente a esta situación vale preguntarse que tan acertados, permanentes y coordinados re- sultan la interlocución, intercambio de información y operativos entre la Gobernación, las alcaldías, Policía, Fiscalía, jueces y demás fuerzas de seguridad presentes en la región para contrarrestar los actos delincuenciales y devolver la tranquilidad a la ciudadanía.
La crisis de inseguridad exige la recomposición del pie de fuerza y la redefinición de prioridades. Hay mucha policía atenta en las carreteras para control del tráfico vehicular, el estado de los vehículos y la condición de los conductores, pero este problema, que sin duda debe ser atendido, no es el que mayor desazón y mortificación genera en la ciudadanía.
Su preocupación está en el asalto a casas, carreteras y caminos; robo de ganados y toda la acción derivada de la extorsión, el microtráfico, la intimidación y el secuestro.
La acción de la policía debe reforzarse con operaciones de los batallones y bases militares con presencia en la zona. Con esto no se convierte al Ejército en una fuerza policial. Se trata, frente a la contingencia, de cerrarles el paso a las bandas, con policía militar en los corredores por los que se mueven.
Excelentes los consejos de seguridad, pero no como reuniones en los que cada fuerza llega con un inventario de sus acciones contra la delincuencia, que luego se transmite a los medios de comunicación.
Se requiere revisar el modelo de concepción de seguridad para el Oriente, azotado por la inseguridad. A la delincuencia hay que someterla con planes envolventes, contundentes y de coordinación integral entre las autoridades, sin temor y con gran apoyo ciudadano