CULTURA SOBRE RUEDAS
La movilidad de Medellín suele borrarnos la sonrisa de la cara. El solo término tiene una connotación negativa asocia- da con caos, tacos, retrasos, irrespeto a las señales de tránsito, accidentes, muertes que pudieron evitarse, congestión visual, auditiva y contaminación ambiental, entre muchos más. Pero hay una buena noticia: La Secretaría de Movilidad y el Metro de Medellín están trabajando a varias manos en un proyecto cuya finalidad es estructurar y diseñar un modelo de gestión cultural para el transporte público colectivo de Medellín, TPM.
Por ahora está en la etapa del diagnóstico, mediante grupos focales con líderes barriales, empresarios, comunicadores, columnistas, transportadores, conductores, usuarios y peatones que responden preguntas dirigidas y luego discuten acerca de las respuestas para recopilar información sobre las necesidades más sentidas, los problemas más frecuentes y las posibles soluciones.
Medellín no es una ciudad incluyente en su infraestructura. Si bien hemos dado pasos en ese sentido, las pocas rampas existentes no bastan para garantizar un desplazamiento seguro a las personas con movilidad reducida. Las aceras a veces son trampas o barreras para quienes tienen que usar una silla de ruedas, un bastón o unas muletas para trasladarse de un lugar a otro. Y la incultura ciudadana tampoco ayuda: no solo ocupamos descaradamente los parqueaderos para personas en situación de discapacidad, sino que algunos de los pocos vehículos de transporte público que cuentan con aparatos especiales para que estas personas puedan acceder, pasan de largo frente a ellas, pues la guerra del centavo les gana a los conductores frente a su obligación de detenerse unos minutos para recoger a los usuarios que los requieren. La complejidad del problema crece por la multitud de actores: las personas de talla baja, los ancianos, los niños, los que van en cicla, moto o patineta, carros y buses, el carretillero, el peatón que va con su mascota… y contando, cada uno causando y sufriendo impacto y afectación particulares. ¡Hay trabajo!
La Cultura Metro, pese a sus detractores, ha logrado demostrar que es efectiva y, sin duda, un referente positivo que se mantiene en el tiempo, aunque algunos crean que se ha perdido. Prueba de su vigencia es que ahora se quieren implementar acciones que permitan conectar las buenas prácticas con el transporte público colectivo: El respeto, el cuidado y la apropiación por lo público, que viene siendo de todos. En pocas palabras, se está tratando de irradiar el buen comportamiento de los ciudadanos mucho más allá de las estaciones.
En diciembre de 2019 deberá estar elaborado el plan de ac- ción para la construcción de la Cultura TPM, que necesariamente tiene que involucrar todas las entidades y todos los ciudadanos, sea cual sea el medio en el que nos movilicemos. Y una vez implementado, tiene que volverse una política pública blindada contra los egos de los gobernantes de turno y convertirse en un modelo de ingeniería social multidisciplinaria.
Tal vez no esté tan lejano el día en el que disfrutemos viajar en transporte público sin borrachos, sin comida, sin vendedores, sin música estridente, sin pregoneros, sin humo, sin rateros y sin ratas. Puede que a muchos les huela a fo, pero en una ciudad que estrena paraderos electrónicos y al otro día rayan uno en una marcha estudiantil, nos tienen que enseñar con cartilla de Coquito. A muchos les cuesta aceptarlo y hasta les pica la introyección de la norma, pero ¡qué hacemos, pues!