INDIFERENCIA GLOBALIZADA
Lampedusa es una isla fronteriza entre Italia y África. Su población no supera los seis mil habitantes y en los últimos 10 años ha recibido más de 800.000 migrantes por el canal de Sicilia.
El 3 de octubre de 2015, un barco pesquero cruzaba el canal con más de 500 personas, en su mayoría de Eritrea y Somalia. El barco, que normalmente soporta 180 personas, naufragó a dos millas de Lampedusa. La guardia costera sacó 368 cadáveres.
El mismo día, la Asamblea General de las Naciones Unidas celebraba el II Diálogo de Alto Nivel sobre la Migración Internacional y el Desarrollo. En el informe, la cifra de migrantes iba en 232 millones, sin contar los que alcanzarían a llegar a Lampedusa.
La historia de los desplazamientos forzados nace con los procesos de colonización. Desde el siglo XV, desembarcaban en el “Nuevo Mundo” esclavos de África occidental y el golfo de Guinea. La Primera Guerra Mundial desplazó siete millones y medio de personas. El nazismo en Alemania quinientas mil. La Segunda Guerra Mundial cincuenta millones de europeos.
Hoy, las dinámicas económicas cambiaron. Aumentó el comercio, el consumo, y asimismo la brecha de la pobreza y los índices de migración en el mundo.
Las crisis humanas se convierten en lugares comunes. La noticia del mediodía tarda en olvidarse lo que tarda un nuevo titular. Es fácil ver el éxodo y hacer nada. Más sencillo es culpar de todo lo que pasa en el país a los que vienen de lejos, a los desconocidos. El hombre ha producido máquinas capaces de razonar de manera autónoma y aún la diferencia le asusta.
De acuerdo al Informe sobre Migración Internacional del 2017, ese año 258 millones de personas migraron en el mundo. 146 hacia países desarrollados: como si en un año México y Chile hubieran quedado vacíos. La Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, dijo que más de 1,6 millones de venezolanos partieron desde 2015.
El migrante llega huyendo. Llega caminando kilómetros de carretera o navegando largas millas, y en la comodidad de algunos lo único que queda es hacer muecas de asombro después de ver el éxodo transmitido masivamente por los noticieros.
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