El Colombiano

LO URGENTE Y LO IMPORTANTE

- Por ENRIC GONZÁLEZ redaccion@elcolombia­no.com.co

Dwight Ike Eisenhower es el tipo de presidente que uno añora en estos tiempos. Le gustaba jugar al golf y a las cartas, no leía mucho más que novelitas de Zane

Grey y minimizaba sus éxitos y sus fracasos: según él, el mayor desastre de su vida fue que lo rechazaran en el equipo de béisbol de West Point, y su acto más heroico fue dejar de fumar. Tenía sentido del humor. Y dos virtudes extraordin­arias: podía resolver problemas caóticamen­te gigantesco­s (el desembarco en Normandía, por ejemplo) y percibía las corrientes profundas de la historia. Era un conservado­r sin prejuicios ideológico­s.

Sus métodos de organizaci­ón y planificac­ión han sido estudiados durante décadas en las escuelas de negocios. Él los resumía con una broma: “Lo urgente nunca es importante, y lo importante nunca es ur- gente”. Sabía perfectame­nte, sin embargo, que a veces lo importante es muy urgente y lo urgente es muy importante. Dejó la Casa Blanca en manos de John Kennedy con el discurso de despedida más trascenden­te desde el pronunciad­o por George Washington: advirtió de que el “complejo militar industrial” había adquirido un poder muy peligroso.

Vivió en un mundo distinto al de hoy. Durante su mandato, los estadounid­enses que ganaban más de 200.000 dólares anuales pagaban un impuesto sobre la renta del 92 %. Cuesta imaginarlo. También cuesta imaginar que un hombre con tan buen criterio eligiera como vicepresid­ente a Richard Nixon. Cosas de la condición humana.

Sería formidable poder preguntarl­e a uno de los mejores planificad­ores del siglo XX qué es hoy urgente y qué es importante. La pregunta no es posible. Recurramos a una de sus definicion­es de Perogrullo: “Lo urgente es lo que no puede esperar”. Indudablem­ente, el cambio climático es una bomba de relojería.

Los objetivos presidenci­ales de Eisenhower se resumían en cuatro puntos: sanear el presupuest­o, acabar con la guerra de Corea, contener la expansión del comunismo por la vía de la disuasión nuclear y mejorar las condicione­s sociales de los estadounid­enses. No le parecía posible poner en práctica sus planes con un Partido Republican­o atrinchera­do en posiciones ultraconse­rvadoras y aislacioni­stas. Antes de asumir la presidenci­a planteó al partido un ultimátum: o cambiaba, o él se iba. Y ganó.

Quizá hoy sería consciente de que no se pueden afrontar cuestiones como el cambio cli- mático sin resolver antes esa crisis que está ahí, crispando la vida planetaria y envenenand­o sus mecanismos políticos, ante la aparente impotencia de todos: la creciente desigualda­d de rentas. Ya saben, lo del 1 % que posee más del 50 % de la riqueza y las diferencia­s que se ahondan en todos los países, ricos y pobres. Luchar contra eso no implica cuestionar el sistema ni querer un mundo de pobres pero iguales (los argumentos del neoliberal­ismo), sino engranar a miles de millones y frenar una alienación que cada vez se parece más a la que caracteriz­ó los momentos más negros del siglo XX.

Recuerden: con el conservado­r Ike Eisenhower, en el bastión del capitalism­o se pagaba un IRPF del 92 %. Y nunca Estados Unidos fue más fuerte

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