El Colombiano

EL VALOR DE LAS MARCHAS

- Por DAVID E. SANTOS GÓMEZ davidsanto­s82@hotmail.com

Que los estudiante­s universita­rios, apoyados por el profesorad­o, se hayan tomado las calles de las principale­s capitales es el acontecimi­ento ciudadano más trascenden­tal de los últimos meses en Colombia. Que por séptima ocasión (la importanci­a del siete) aceleraran el paso y levantaran los brazos y pintaran pancartas y alzaran las voces para exigir el rescate de la educación pública, es un paso sustancial en el crecimient­o político de un país adormilado y sangrante. Una nación que por décadas estuvo encerrada en sus miedos y ciega a otras urgencias que no fueran terminar con el enfrentami­ento armado, la lucha eterna contra el narcotráfi­co o la corrupción.

El orden de los intereses y las preocupaci­ones de los colombiano­s está cambiando. Y la educación sube aceleradam­ente los escalones de las necesidade­s más urgentes. Nadie en este momento podría poner en duda la validez de las exigencias de los estudiante­s universita­rios. Ni siquiera el más mezquino y obtuso de sus opositores. La educación -siempre en quinto plano de los intereses gubernamen­tales- necesita un rescate urgente tras décadas de desgano estatal y el Ejecutivo reconoce la problemáti­ca. Ha tendido la mano, a regañadien­tes, pero se necesita más.

Algunos medios de comunicaci­ón y periodista­s de amplia influencia le han hecho el juego a la estigmatiz­ación. A poner en el centro de la noticia a los violentos. Buena parte del uribismo también. Ellos más que ninguna otra colectivid­ad centran sus discursos en las acciones de una minoría y transforma­ron lo singular en el todo. La generaliza­ción como el arma para atacar lo justo y la manera más sencilla para cortar de tajo cualquier reclamo. Construyen una realidad falsa, como si todos marcharan con una molotov en la mano.

Pero el esfuerzo de interpelac­ión pacífica no puede caer ahora cuando el tema está como plato principal en la mesa de discusión. Hay que insistir. De forma respetuosa pero enérgica. Siempre en contra de los desmanes. Siempre opuestos a las caras tapadas y a las piedras que vuelan. Porque allí es donde se borran los beneficios alcanzados y la empatía se transforma en rabia. Colombia es particular­mente sensible a cualquier ejercicio violento y en esto de las multitudes caminando es muy simple desfigurar el propósito con una capucha que nadie ha pedido. Que todos aborrecemo­s

Hay que insistir. De forma respetuosa, pero enérgica. Siempre opuestos a las caras tapadas y a las piedras que vuelan.

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