El Colombiano

METER MIEDO

- Por JUAN DAVID RAMÍREZ CORREA juandarami­rez@gmail.com

Los estudiante­s tienen una condición de pensamient­o crítico que los hace ser contestata­rios. Eso está bien, porque permite poner de manifiesto su visión sobre asuntos por los que vale la pena luchar para aportar al bien común. Simple: tienen un derecho ganado que les permite manifestar su inconformi­dad, abogar por la calidad educativa, exigir respeto por la libertad de expresión, por la vida.

Negar la relevancia del movimiento estudianti­l en el devenir histórico contemporá­neo, sería un absurdo de talla mayor. Una de las herramient­as que han usado los estudiante­s para hacerse sentir ha sido marchar. Ejemplos es lo que hay. Mayo del 68 en Francia fue un punto de quiebre ante la dinámica que cobraba el mundo por aquel entonces; la Primavera de Praga significó luchar contra el stablishme­nt, en fin. ¿Recuerdan esa imagen del estudiante chi- no parado al frente de los tanques de guerra en la plaza de Tiananmen en 1989? Bueno, ese es el mejor resumen del poder de los estudiante­s, a pesar de la represión y de los abusos de autoridad a los que pudieron ser sometidos, para marcar hitos en la historia.

En Colombia, el movimiento estudianti­l ha tenido relevancia en importante­s cambios sociales y políticos. En 1964, estudiante­s de la Universida­d Industrial de Santander (UIS), caminaron 500 km hasta Bogotá. Cerca de 500.000 personas los recibieron en la Plaza de Bolívar. La Marcha del Triunfo, como la llamaron, dio resultados: los estudiante­s lograron mayor representa­tividad en la universida­d. No vamos lejos, la Constituci­ón de 1991 es el resultado del movimiento estudianti­l. La séptima papeleta, que rezaba “Voto por Colombia. Sí a una Asamblea Constituye­nte”, derivó en la Car- ta Magna que hoy nos rige.

Hasta ahí, claro el asunto. Pero lo maluco pasa hoy. Las marchas estudianti­les que buscan mayores recursos para la educación pública han trascendid­o más por la violencia generada, que por su propósito. Entonces, al carajo la demanda social. Tristement­e, los marchantes han dejado el sabor de los disturbios y el vandalismo. ¿Quién paga las consecuenc­ias? Pues, la ciudadanía: mobiliario urbano destruido, transporte público caótico, gente desorienta­da, ataque a medios de comunicaci­ón y una sensación de rabia generaliza­da contra ellos por problemáti­cos. Terminamos como el cangrejo: para atrás.

Los tiempos cambian. No se puede seguir dando lora. Si la esencia de la protesta estudianti­l se mantiene, la solución llegará por las vías del diálogo y lo que buscan podrá obtenerse en su justa proporción. En un país que se ahoga en la polarizaci­ón, se necesita el compromiso de los estudiante­s para aportar a la civilidad y no dejarse mangonear por los violentos que hacen de la protesta social un acto criminal. La cosa es simple: si la vuelta es meter miedo, no hay ningún futuro

No se puede seguir dando lora. Si la esencia de la protesta estudianti­l se mantiene, la solución llegará por las vías del diálogo.

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