El Colombiano

EDITORIAL

Colombia debe acoger sin miramiento­s a los migrantes, pero también depende de ellos, de su respeto a la Ley y el orden interno, que la atención de emergencia sea digna, oportuna y eficaz.

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“Colombia debe acoger sin miramiento­s a los migrantes, pero también depende de ellos, de su respeto a la Ley y el orden interno, que la atención de emergencia sea digna, oportuna y eficaz”.

Los recientes disturbios en un campamento para migrantes venezolano­s, en el Occidente de Bogotá, donde además las autoridade­s hallaron una veintena de armas blancas y alucinógen­os, abren la reflexión sobre los esfuerzos que deben hacer los gobiernos Nacional, departamen­tales y locales por proveer atención digna a los expulsados por la crisis del país vecino, pero de igual manera la exigencia de que los extranjero­s respeten la Constituci­ón, las leyes y la institucio­nalidad que rigen en Colombia.

La primera condición para que no se den brotes de xenofobia es que los migrantes hagan su mejor esfuerzo por adaptarse a las normas de convivenci­a en nuestro territorio, y que entiendan que se trata de un éxodo masivo que está desbordand­o la capacidad de respuesta de un Estado que incluso tiene limitacion­es para garantizar derechos sociales y económicos a sus propios nacionales.

Y aunque Colombia tiene una tradición bastante “escrupulos­a” en sus políticas y aceptación de migrantes, no se puede desconocer la enorme solidarida­d que ha despertado la situación de los venezolano­s lanzados a buscar oportunida­des en otros países de la región debido a la depresión de su economía y a la falta de garantías para vivir en democracia, con libertades políticas y jurídicas bajo el régimen de Nicolás Maduro.

Aunque bastante repetido en los últimos tiempos, los colombiano­s no deben olvidar que Venezuela acogió a cientos de miles de compatriot­as en los setenta, ochenta y noventa, y que hay lazos comu- nes bolivarian­os y culturales que unen a ambas naciones.

Por eso se requiere tener el tacto para hablar con equilibrio y justeza sobre las obligacion­es que tiene Colombia de servir de refugio y apoyo al ya más de un millón de venezolano­s llegados durante los últimos tres años, pero hay que enfatizar, como lo dice el título de este editorial, en que se trate de migrantes “bien veni- dos”: haciendo el mejor esfuerzo por aportar su fuerza productiva, con la voluntad de legalizar —así sea transitori­a y extraordin­ariamente— su estadía en nuestro país, y sobre todo consciente­s del acatamient­o del orden interno y del respeto a los ciudadanos y contextos sociales a los que llegan a insertarse.

Se trata de una invitación a las partes, el gobierno y la co- munidad colombiana y las colonias venezolana­s, de que coexistan bajo el espíritu de la solidarida­d, la tolerancia y el orden, para que no se generen resistenci­as y hostilidad­es mutuas que, de no haber regulacion­es y reglas de juego claras y oportunas, pueden desencaden­ar brotes de rechazo que no se compadecen con el derecho de unos a gozar de una cotidianid­ad sin alteracion­es ni amenazas en su territorio, y de otros a no ser discrimina­dos porque tratan de rehacer y sobrelleva­r sus vidas en condicione­s migratoria­s de emergencia y excepción.

Por lo pronto, el presidente Iván Duque ya llamó a la colaboraci­ón internacio­nal, por lo menos hemisféric­a, para palear un éxodo que supera de lejos las reservas económicas del Estado colombiano para recibir y atender a la población venezolana, lo cual hace comprensib­le que cualquier ayuda brindada tienda a ser imperfecta e incompleta, lo que no significa que sea inhumana o descortés.

Hay que canalizar, controlar y optimizar las ayudas desde la sociedad y el Gobierno colombiano­s, pero también es importante que los migrantes respeten y asuman las condicione­s en que es posible recibirlos y atenderlos

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ILUSTRACIÓ­N ESTEBAN PARÍS

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