El Colombiano

LA HISTORIA DE LOS DIBUJOS

- JOHANA BOJANINI

Eva, era la paterna, y Victoria, la materna, añade luego.

–Hay un tema con la nostalgia: la abuela le cuenta cómo era su mundo antes, pero si para los grandes será la nostalgia, para los niños será conocer lo que había antes que ellos, cuando estaban muertos, como lo describe Ce en el libro.

–El gran descubrimi­ento que uno hace en la infancia es este: el mundo existía antes de mi nacimiento; las personas que yo veo viejas hoy, fueron niñas un día. Y había mundo aunque yo no lo pudiera ver ni saber. La abuela del cuento le ayuda a su nieta a descubrir ese mundo de cuando ella no había nacido todavía. Y como la historia, las cosas, la tecnología se han acelerado tanto en el último siglo, el mundo de los adultos suele haber sido muy, pero muy distinto al de los niños. La aceleració­n hace que ese asombro de lo que cambia sea mayor. Ambas lanzan una mirada hacia atrás, una con la memoria y otra con la imaginació­n, Ella cuenta que Héctor le escribió para que ilustrara su libro. Fue un proceso de todo el año: se acostaba pensando en la bolita, se levantaba pensando en la bolita. Hay dos estilos de ilustracio­nes, al principio una más de acuarela, representa­ndo los objetos de la memoria, algunos que los niños ni conocen ya. La segunda, más de la imaginació­n, más diferente a lo que

alimentada por objetos reales.

Y entre esos objetos reales aparece uno que es casi irreal y que encierra un secreto: la Bolita.

–¿Y usted abriría la bolita? –pregunto yo ahora.

–No, lo importante es resis- dice el texto, no tan literal. Aunque al principio conversaro­n, y Héctor contó que quería que fueran muy iguales la niña y la abuela, dice Johana que le dijo que confiaba en ella. El azul y el rojo sí quedaron porque son los colores favoritos del escritor. Del texto, Johana se enamoró, comenta. Se lo sabe casi de memoria ya. Le recordó esa relación con sus abuelos.

tir a la tentación. O caer en ella, pero con la conciencia de que entonces vas a cambiar de vida. Creo que los niños podrían tener una buena discusión sobre si uno debe abrir o no la bolita.

Otro día te lo explico –le dice la abuela Cilia a Ce en el libro–. Pero por ahora te digo una cosa: es mejor no averiguar nunca lo que se encierra en el corazón de la bolita, y tampoco en el corazón de las personas.

Otras primeras veces

En 2011, casi al final también, Héctor Abad lanzó Testamen

Era su primer libro de poemas. En ese entonces estaba al otro lado del teléfono, conversand­o. Para lo de la foto mandó una en la que estaba montando en bicicleta, porque los poetas montan en cicla también.

–No ha habido más de poesía, ¿habrá más infantiles?

–Tengo dos cuentos guardados. Uno es incluso más viejo que el de la Bolita, y creo que podría ser el próximo, si a los lectores les gusta este. Y tengo un tercero, que escribí hace como cinco años, en verso y con rimas. Vamos a ver. Como se nota, me gusta dejar reposar estas cosas mucho tiempo antes de tomar la decisión de saltar al ruedo. Los poemas a los que te refieres los tuve, al menos muchos de ellos, guardados durante decenios. Me gusta guardar las cosas, y no abrirlas, y decidir poco a poco si las saco a la luz o no. Bueno, los libros, obviamente un artículo no.

–Es decir que también hay poemas guardados por ahí...

–Después de la publicació­n del libro de poemas he escrito unos diez más. Vamos a ver si los publico algún día. Acabo de sacar uno en una revista, Letras Libres.

–Este podría ser el primer libro para muchos niños. ¿Cuál fue el suyo?

–No estoy seguro. Creo que una edición infantil de Las mil y una noches, o una edición, también para niños, de Robinson Crusoe. Pero mis primeros cuentos infantiles fueron en discos de acetato, en la casa de unos tíos míos de Cartagena. Los poníamos sin parar.

–¿Debe existir esa frontera entre la literatura infantil y de adultos?

–Tal vez haya algún libro de adultos que no sea para niños. Pero los libros para niños son siempre para todo el mundo.

Y ahí nos despedimos. La abuelita también quiere dormir

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