No hay un corazón que resista la parranda
No nos digamos mentiras. A todos nos gusta, y más si viene empacada en papel regalo de Navidad. Hablo de la música, de la parranda, de lo que sucede en un mes esperado y pirotécnico como diciembre. El güiro que suena en cada esquina, el bajo que pega profundo en el corazón, el acordeón que imperioso se mete entre los bailarines, las trompetas que brillantes se contonean con sabor, los cantantes que rimbombantes expelen ese aire de carnaval, el olor a madera en el fuego, el anís, el chicharrón y las hojuelas con natilla, el sudor del baile, el azul reproche, la resaca y el caldo en la mañana. Cuando hablo de todo esto, no hay corazón salsero, rockero, jazzero, cumbiero o lo que quieran, que se resista a la eterna parranda que nos caracteriza como colombianos y latinos. Y lo mismo me pasa a la hora de sentarme a escribir y pensar en la parranda. El síndrome de la hoja en blanco, es la manifestación crítica por la que pasa alguien que escribe (periodista, escritor, guionista), cuando sus ideas no fluyen o no avanza en su argumento. Eso no me pasó con este tema, fluyó de manera tan natural que me sentía escribiendo mi propia historia, y quizá esa es la mejor analogía para entender el significado de la música parrandera para nosotros los colombianos. Este sonido para arrastrar los pies, para festejar la vida, es nuestra apropiación territorial, nuestra nostalgia, nuestra familia, nuestros recuerdos más felices y también los más tristes, nuestros vivos y nuestros muertos. En 1938 se grabó la primera canción de música parrandera llamada El 24 de diciembre, y fue interpretada por el Mono González, hoy en día, la música parrandera y festiva se refleja en las nuevas generaciones, no solo en nuevos compositores e intérpretes, sino en nuevos públicos. Está más viva que nunca. La música parrandera, cuando sonó de manera comercial y activa, generó fiesta, dinero, conciertos, baile en familia, y fue así como este tipo de música se apropió de este mes de celebraciones de diciembre y se convirtió en la reina del baile, en la música de la compañía. Ahora muchas de esas compañías familiares no están, el tiempo pasa, la vida corre y la muerte se manifiesta, lo mismo que pasa con muchas de esas fiestas que ya no se repiten. Pero para eso está esta música, para revivir recuerdos que llegan cuando menos los espe- ramos y para ponernos del lado nostálgico del corazón. Cuando una canción, un sonido o un género generan ese tipo de manifestaciones, se crea la apropiación y esa misma apropiación es la que acepta al pobre, al rico, al malo, al bueno, al que sabe bailar o al que no, al caleño, bogotano, paisa, pereirano, pastuso, santandereano y a todos. El ritual de escuchar música parrandera, tropical y bailable en diciembre, tienen todos esos componentes, recuerdos, familia, nostalgia, felicidad, tristeza, por eso no vemos la hora de darle play y tener todas estas sensaciones en los pies mientras bailamos. Y que este, sea un momento adecuado para recordar a Guillermo Buitrago, Chico Cervantes, Calixto Ochoa, Gustavo El Loko Quintero, José Muñoz, José Ángel, Agustín y Joaquin Bedoya, Rodolfo Aicardi, Neftalí Álvarez, Lisandro Meza, Libardo Álvarez, Luís Carlos Jaramillo, Carlos Muñoz, Eliseo Herrera, Antonio Posada, Darío Gómez, Horacio Grisales,
David Correa, Los mineros, Juancho y sus Juanchos y Los alegres cordillera, entre muchos, muchos otros. Gracias a ustedes, por vivir para cantar, o más bien, por cantar la vida que nos tocó.