El Colombiano

¿CESE AL FUEGO?

- Por BEATRIZ DE MAJO beatriz@demajo.net.ve

La solución encontrada por los mandatario­s de EE. UU. y China con ocasión del encuentro en Argentina despierta suspicacia­s.

Los dos países líderes de la economía mundial han tenido al mundo en jaque desde hace meses, sufriendo las consecuenc­ias de un poderoso desencuent­ro entre ellas que tiene su origen en las distorsion­es de su comercio bilateral. Amenazas y medidas preliminar­es disuasivas para tratar de compensar el daño que cada rival le atribuye al otro han estado en el orden del día.

El daño más visible es la inhibición de la inversión en la espera de una solución convenient­e a las partes. Ninguna transnacio­nal se anima a apostarle a un mercado plagado de insegurida­des. Los mercados de valores también han acusado golpes de cierta envergadur­a, con los valores bursátiles impactados significat­ivamente en empresas que, sin embargo, acusan un buen desempeño económico.

Pareciera que a raíz de la reunión cimera sostenida por los dos líderes de China y EE. UU. durante la celebració­n del G20, lo pactado entre las partes en conflicto ha provocado una suerte de alivio, al menos, por ahora, en los mercados de valores. Pero no nos engañemos, el asunto no es tan simple como parece. La solución encontrada por ambos mandatario­s con ocasión de su encuentro íntimo en la Argentina despierta suspicacia­s por variadas razones. La primera es que los anuncios oficiales sobre el tenor de las negociacio­nes durante los tres meses de pausa que se han otorgado los dos países no coinciden en sus componente­s gruesos. Una cosa dicen en Washington y otra en Pekín.

En segundo lugar, porque las piedras de tranca que cada uno de ellos encuentra en su relación comercial con el otro son de compleja resolución y noventa días lucen insuficien­tes, por donde quiera que se le mire. La agenda a dilucidar en ese período de “constructi­va tregua” incluye decisiones no solo difíciles por los intereses que afectan sino por el espinoso componente político que ellas tienen al interior de cada uno de los dos países. Validarlas al interior de China y EE. UU. por parte de sus gobernante­s es una cuesta tan empinada como dictar las medidas, porque traduce debilidad de parte de cada uno de los titanes.

Es que estamos hablando de un “Trade Deal”, de un acuerdo comercial bilateral vasto sobre aranceles, incremento­s en la compra de bienes sensibles, eliminació­n de subsidios a productos de exportació­n, cambios estructura­les en la producción de tecnología, exigencias draconiana­s en cuanto al respeto a la propiedad intelectua­l y la eliminació­n total de los robos cibernétic­os.

Lo correcto es otorgar un voto de confianza y no dudar de la buena voluntad de los dos mandatario­s que han estado haciendo pulso de cara al mundo no solo en las materias comerciale­s y tecnológic­as. Es sobre esa base que se ha generado un mensaje de optimismo que han aportado las bolsas. Pero lo prudente es no cantar victoria.

En la mesa de negociacio­nes los americanos se sentarán pensando en las múltiples ocasiones en que China ha prometido un cambio de rumbo que no se ha producido por no existir la voluntad, particular­mente en el terreno de derechos intelectua­les. Los chinos vendrán con la aprensión causada por todas las veces que los requerimie­ntos de EE. UU. eran exagerados e impractica­bles. El ambiente pareciera ser más conciliato­rio y menos agresivo y lo que abona en favor del éxito de las tratativas es que cada uno por su lado tienen complejas agendas en lo interno y en lo internacio­nal para abordar. No pensemos, sin embargo, que porque ha habido un cese al fuego, la mecha no puede encenderse de nuevo

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