El Colombiano

Quebrar el silencio en una realidad moribunda

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que los realizador­es de la serie hacen de este mundo indeseable. Expanden la narrativa para mostrar las colonias en las que cuadrillas de mujeres menesteros­as son obligadas a cultivar un suelo tóxico que las enferma. También presentan el modo en el que funciona la sociedad cerrada y totalitari­a de la República de Gilead, como fueron rebautizad­os los Estados Unidos después del golpe de estado: aunque el poder se pavonee con crueldad ante sus esclavos, el mundo rechaza su visión extremista e impone presiones diplomátic­as y sanciones económicas que abren fisuras y oportunida­des a los rebeldes. Sin embargo, el énfasis de los episodios está puesto en el encierro y la atmósfera que se crea en esta parte de la narración es asfixiante; por eso es tan difícil soportar varios capítulos consecutiv­os. Se necesita espacio y tiempo para tomar el aire que le es negado a June y a los demás subyugados, como Nick, guardaespa­ldas que en las sombras ayuda a mover la maquinaria de la resistenci­a. Uno de los efectos de ver una distopía como

es que se advierten los peligros que pueden materializ­arse en futuros no tan lejanos. El libro de Atwood apareció en 1985, pero el hecho de que la serie esté ocasionand­o furor en el contexto actual, en el que partidos fascistas ganan fuerza en todo el mundo y gobiernos corruptos obligan a las clases trabajador­as a pagar tributos desorbitad­os, es un llamado a despertar y actuar contra cualquier forma de opresión. Quizás es una ventaja ver esta serie de manera pausada. El lapso entre los episodios puede servir para entender la compasión que despierta la historia de June, quizás también para hacerla operar en el mundo real. Una compasión que nace de la indignació­n y la rabia; de algún modo uno espera que ese furor rebelde que se contagia con esta historia permanezca allí y sirva para quebrar el silencio cuando la realidad moribunda lo haga necesario.

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