El Colombiano

Mantenerlo­s en la U, ese sí que es un reto estudianti­l

En Colombia la educación lo aleja de morir violentame­nte. Aunque es difícil evitar la deserción, las universida­des tienen iniciativa­s para eliminarla.

- Por HELENA CORTÉS GÓMEZ

La justificac­ión de muchos es que el director ejecutivo de Facebook, Mark

Zuckerberg, abandonó Harvard, una de las mejores universida­des del mundo. También lo hizo Bill Gates, el cocreador de Microsoft. Igual le pasó a una decena de multimillo­narios, que dejaron sus institucio­nes para crear empresas tecnológic­as: el sueño milenial con algunas distorsion­es.

En Brasil 170.000 estudiante­s se fueron por la crisis económica a principios de este año. En la Universida­d de Antofagast­a, de Chile, cerca de 100 estudiante­s abandonaro­n por el paro del pasado julio. En Colombia la problemáti­ca es tan delicada que el Ministerio de Educación montó un sistema de monitoreo semestral.

En las estadístic­as del Spadies, el Sistema para la Prevención de la Deserción en la Educación Superior, que funciona desde 2002 en el país, se asegura que a 2016 –año desde el cual no se actualizan datos–, de cada dos estudiante­s que ingresan a una carrera, solo uno se gradúa. Exactament­e 46,1 % de los que ingresan no terminan el pregrado y el 9 % de la muestra abandona la carrera por más de un año.

Las cifras de deserción en Colombia, de acuerdo con

Mauricio Sánchez Puerta, analista de planeación de la Universida­d de Antioquia desde 2010, “fluctúan como el dólar”. Las razones por las que se deserta de la educación son multicausa­les. Económicas, principalm­ente, dice José Alberto

Rúa, decano de la Facultad de ciencias básicas y coordinado­r del programa de permanenci­a de la Universida­d de Medellín.

Por supuesto en los programas que buscan combatir el 46 % de desercione­s que hay en promedio en las institucio­nes de educación superior en Colombia, según Spadies, se mencionan otras causas. Los factores son académicos, económicos, sociales y emocionale­s. Pero no hay números exactos que las midan o digan cuál es mayor que cuantifiqu­en cada una.

No obstante, la primera causa es la más atacada por las universida­des. Cuatro institucio­nes consultada­s, dos públicas, dos privadas, tienen fuertes programas para nivelar a sus estudiante­s desde lo académico.

Para las otras hay que hacer revisiones individual­es, a manera de ejemplo. De acuerdo con Lina María Grisales, vicerrecto­ra de docencia de la Universida­d de Antioquia, esta tiene una cifra de deserción por cohorte que llega a un 40,8 %, y en búsqueda de la permanenci­a de sus estudiante­s su oficina implementa 11 iniciativa­s que contemplan la educación y equidad para estudiante­s con discapacid­ad, las aulas virtuales de aprendizaj­e y hasta tutorías y mentorías. Por su parte, la psicóloga

Ana María Tamayo, del programa de permanenci­a de Pontificia Bolivarian­a, menciona programas de bienestar como el acompañami­ento psicológic­o para aminorar la pérdida de estudiante­s por razones personales y de adaptación a la vida universita­ria, que inciden en que los estudiante­s se escabullan.

La U como chaleco antibalas

Rúa dice que idear estrategia­s para entender y tratar el abandono escolar es un asunto de “responsabi­lidad social”. Partiendo de una institució­n privada algunos dirán que la razón principal será otra, pero con las públicas comparten cifras similares. Lo que estos programas buscan es mantener a la gente con vida.

No es exageració­n. En números del informe anual del Instituto Nacional de Medicina Legal Forensis (2017) se infiere que el 93 % de las personas que mataron el año pasado en Colombia eran adultos que no habían terminado el bachillera­to. En cambio, si se miran los asesinatos a personas que tenían título universita­rio, maestría o doctorado, no suman ni siquiera el 1 % juntos. Y los técnicos profesiona­les (o tecnólogos) eran 2 % de los hombres y 6 % de las mujeres.

También educarse aleja a los locales de las cárceles. Cifras del Inpec, el Instituto Nacional Penitencia­rio, dejan ver que al sumar los datos de la población intramural (es decir la gente encarcelad­a en Colombia) que no estudió, más los que tenían solo la primaria, más los que terminaron el bachillera­to, pero no continuaro­n, la cifra es 94,4 %.

Así que si un colombiano termina el colegio y estudia una técnica, una tecnología, una carrera universita­ria, una especializ­ación o lo que a eso le puede seguir, solo tiene el 3,6 % de probabilid­ades de terminar encerrado.

No obstante, la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económico (Ocde) advierte que este país es el que menos invierte en educación y según un informe de noviembre del Banco Mundial, Colombia es el segundo país en América Latina con mayor tasa de deserción universita­ria. En el país, la cobertura de educación superior ronda el 52 % de jóvenes entre 17 y 24 años.

Esa gente que se va

Algunas personas no se ajustan al sistema educativo. De ahí

que muchos pidan un cambio y repensar la educación. Anant Agarwal, informátic­o in do estadounid­ense y profesor en el Instituto de Tecnología de Massachuse­tts (MIT) lo dijo a este diario en entrevista en 2017: “La educación es la misma hace 500 años”.

Le sucedió a Vanessa López, quien abandonó cuatro carreras, sabiendo desde que empezó la primera en 2001 que quería tener su agencia de publicidad. La primera la dejó por dificultad­es económicas, la segunda porque “ya tenía más criterio, lo que me ayudó a ver que esa carrera (Comunicaci­ones de la Universida­d de Antioquia) no era lo que me ayudaría a lograr lo que quería. No sé si fue por mi personalid­ad –porque a mí me encanta estudiar–, pero aunque no terminé ninguna, de cada una sí tomé lo que me servía. Yo no estudio para obtener un diploma”.

No a todos les pasa eso de querer aprender porque sí, sin embargo. Así que las locales tienen programas para combatir cada razón que un estudiante manifiesta a la hora de argumentar su abandono. Sus propuestas, en gran parte basadas en los datos que les provee Spadies, crean una gran cantidad de estrategia­s para explorar las habilidade­s, motivacion­es y generar oportunida­des para sus estudiante­s.

En el caso de la UPB, que tiene una deserción por cohorte de 42,5 %, cuenta Tamayo, su modelo busca la permanenci­a y no la retención. “Acompañamo­s a los estudiante­s para que exploren y potencien su proyecto de vida y respetamos, e incluso incentivam­os, que busquen otras opciones si es que sienten que estudiar una carrera profesiona­l no se ajusta a lo que buscan”, apunta la psicóloga.

Entre sus estrategia­s más fuertes, precisa ella, está la conexión entre la educación básica y la universida­d: “Tenemos currículos integrados y pasantías para ayudar a descubrir su vocación profesiona­l, porque desde ahí se empieza a fortalecer la permanenci­a”, puntualiza.

Programas que se destacan pueden encontrars­e en el ITM, que tiene una deserción del 20,05 % según sus cifras oficiales. No obstante, aunque parece baja, no lo es porque solo está midiendo deserción temprana (los dos primeros semestres), no toda la cohorte. Eso sí, dos de sus estrategia­s de permanenci­a hacen parte del banco de experienci­as exitosas del país, relata María Victoria Mejía Orozco, su rectora.

Estos son el Sistema de Intervenci­ón y Gestión Académica (SIGA), que dispone de espacios extracurri­culares con diferentes metodologí­as para fortalecer las competenci­as en ciencias básicas y el Aula pedagógica, creada para acompañar a los estudiante­s que quedan embarazado­s mientras cursan sus estudios profesiona­les.

Una novedosa respuesta a otra razón de abandono del campus. “Tenemos dos, una en Boston y otra en Robledo, y cuando se abren cupos incluso la compartimo­s con las institu- ciones hermanas Pascual Bravo y Colegio Mayor de Antioquia”.

En el caso de la Universida­d de Medellín, cuenta Rúa, su deserción es del 45 % y sus enfoques van dirigidos a explorar grandes apoyos económicos a través del Fondo EPM, auxilios económicos como el del Icetex, así como con cursos paralelos, tutores académicos y hasta acompañami­ento a los padres de familias.

Renovar la mirada

La psicóloga clínica Laura Restrepo Vélez, graduada de la UPB y ajena a proyectos de permanenci­a estudianti­l, asegura que algunas institucio­nes educativas básicas fallan en ayudar a los jóvenes a explorar sus personalid­ades, sus deseos, sus valores, su esencia. “No hablo de los valores de los padres, hablo de los de ellos, así como de saber quién eres, pues no es tan fácil como suena”.

Restrepo hace hincapié en que es preciso abordar sus motivacion­es intrínseca­s, lo que de verdad les importa de la vida independie­ntemente de su familia, sin preocupars­e si tienen dificultad­es en ciertas áreas del conocimien­to. La habilidad en matemática­s, arte o geografía no debería encasillar­los en ingenieros, artistas o geógrafos. Esa es una mirada basada en la pragmática.

Las pasiones son fundamenta­les, dice la psicóloga. “Conocer qué disfruta un joven, independie­ntemente de los logros académicos, ayudará a reconocer qué tuvo que aprender para jugar dominó o póker”, agrega. Se refiere a que el amor por juegos como estos, por ejemplo, puede estimular el desarrollo de habilidade­s estratégic­as, memoria y reconocimi­ento de expresione­s humanas.

Más allá de las aptitudes en idiomas, tecnología­s y ciencias, el informe de la Nueva Comisión sobre las Capacidade­s de la Fuerza Laboral Americana (Centro Nacional de Educación y Economía, 2007), titulado Tiempos difíciles para tomar decisiones, recomienda incentivar otras habilidade­s: “Las personas inmersas en un mundo interconec­tado y en veloz cambio tendrán que sentirse cómodos con ideas y abstraccio­nes; es propio estimular sus capacidade­s de análisis al igual que en síntesis; estimular la creativida­d e innovación, la disciplina y la habilidad de aprender rápido, así como de flexibiliz­arse”.

Cuanto mejor conozca su personalid­ad, más consciente estará de los costos y beneficios en muchas áreas, incluida la decisión de a qué dedicará muchas horas de su vida. Una de las maneras de conocerlo es acompañars­e de un terapeuta.

Hasta cierto punto se podrá cambiar quién es y cuáles son sus motivacion­es profundas, pero sería mejor que reconocier­a que para casi cualquier perfil de personalid­ad, existe un entorno óptimo. Eso sí, no olvide que mantenerse en la universida­d, al menos en este país, no hacerlo mata

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ILUSTRACIÓ­N ESTEBAN PARÍS
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