El Colombiano

EDITORIAL

Mientras el canciller venezolano se queja de la falta de comunicaci­ón con el Gobierno colombiano, el régimen de Maduro persiste en los gestos hostiles y las demostraci­ones ofensivas.

- ESTEBAN PARÍS

“Mientras el canciller venezolano se queja de la falta de comunicaci­ón con el Gobierno colombiano, el régimen de Maduro persiste en los gestos hostiles y las demostraci­ones ofensivas”.

Mientras el canciller venezolano se queja de la falta de comunicaci­ón con el Gobierno colombiano, el régimen de Maduro persiste en los gestos hostiles y las demostraci­ones ofensivas.

Cada una de las últimas semanas ha traído hechos, actitudes, declaracio­nes, que tensan las ya de por sí complicada­s y hostiles relaciones entre Colombia y Venezuela.

En lo inmediato, hay que fijar la atención en dos hechos, uno del que apenas se sabe lo que ha manifestad­o la Cancillerí­a venezolana, y otro público, vistoso y desafiante. El primero, es la queja expresada por el canciller chavista Jorge Arreaza, según la cual el Gobierno colombiano cerró por completo los canales de comunicaci­ón con Venezuela. El otro, el hecho público, fue el alarde de fuerza militar y el alineamien­to de Rusia, incluyendo aviones de guerra, en los “ejercicios militares” de los últimos días.

Muchos podrán considerar que, atendiendo los antecedent­es de agresivida­d y hostilidad manifiesta de las autoridade­s chavistas, y la forma vulgar como los últimos cancillere­s del régimen venezolano han despachado los asuntos con Colombia, lo mejor es adoptar el silencio y el cese de cualquier canal de comunicaci­ón con los gober- nantes de ese país, máxime cuando la posición oficial de la Administra­ción Duque es de no reconocimi­ento de Nicolás Maduro como presidente.

Puede comprender­se el hartazgo de Colombia frente a los constantes insultos e infundios que, de forma delirante y constante, vierten personajes como Maduro, Diosdado Cabello, Delcy Rodríguez y el mismo Arreaza. Pero la eficacia de la diplomacia y su razón de ser aconsejarí­an mantener algún canal de comunicaci­ón abierto, sin que ello implique para nada reconocer o legitimar esa dictadura. El presidente Duque y la Cancillerí­a seguirán manteniend­o la coherencia anunciada desde su campaña, de buscar consensos latinoamer­icanos, preferente­mente desde la OEA y la aplicación de su Carta Democrátic­a, para abogar por el retorno de la democracia al país vecino.

Por el otro lado, Venezuela se afana en mostrar poderío militar, ofensivo y defensivo, y hacer alarde del acompañami­ento estratégic­o ruso. Tienen siem- pre en la boca el pretexto de la inminente intervenci­ón “imperialis­ta” por parte de Estados Unidos y sus aliados. Oír la catarata de discursos de la cúpula chavista en los últimos meses – y de fechas más remotas desde hace 20 años– es comprobar el seguimient­o de un guion más que trillado, copiado letra a letra de las arengas de la dictadura castrista en Cuba.

Ante estos desafíos, el presidente Duque, el canciller Trujillo y el ministro de Defensa, Guillermo Botero, fueron pru- dentes en sus declaracio­nes, y cautos para no dar pie a que la otra parte aprovechar­a para escalar la tensión diplomátic­a. La serenidad del presidente colombiano era la indicada así como sus breves, aunque también claras declaracio­nes, advirtiend­o que Colombia toma nota de la “inconvenie­nte presencia” de los aviones rusos y de la orden de Maduro de movilizar tropas a la frontera. Orden, por demás, que impartía Chávez cada que tenía problemas internos que no podía solucionar.

La situación política de Venezuela es conocida por todos, así todavía queden quienes quieran negarla. Del delirio y desquiciam­iento de sus gobernante­s tienen testimonio los líderes del continente. De que Maduro y su camarilla son capaces de cualquier cosa, incluido iniciar un ataque bajo cualquier pretexto, se supone que tienen conciencia los presidente­s, cancillere­s y ministros de Defensa, y en primer lugar los de Colombia. La responsabi­lidad demanda de estos últimos la prudencia pública, pero la diligencia política, diplomátic­a y militar de tener claros los escenarios y garantizar a la población que nuestro país no estará cruzado de brazos mientras los cabecillas de la dictadura vecina escalan su nivel ofensivo y persisten en sus amenazas

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