EDITORIAL
Mientras el canciller venezolano se queja de la falta de comunicación con el Gobierno colombiano, el régimen de Maduro persiste en los gestos hostiles y las demostraciones ofensivas.
“Mientras el canciller venezolano se queja de la falta de comunicación con el Gobierno colombiano, el régimen de Maduro persiste en los gestos hostiles y las demostraciones ofensivas”.
Mientras el canciller venezolano se queja de la falta de comunicación con el Gobierno colombiano, el régimen de Maduro persiste en los gestos hostiles y las demostraciones ofensivas.
Cada una de las últimas semanas ha traído hechos, actitudes, declaraciones, que tensan las ya de por sí complicadas y hostiles relaciones entre Colombia y Venezuela.
En lo inmediato, hay que fijar la atención en dos hechos, uno del que apenas se sabe lo que ha manifestado la Cancillería venezolana, y otro público, vistoso y desafiante. El primero, es la queja expresada por el canciller chavista Jorge Arreaza, según la cual el Gobierno colombiano cerró por completo los canales de comunicación con Venezuela. El otro, el hecho público, fue el alarde de fuerza militar y el alineamiento de Rusia, incluyendo aviones de guerra, en los “ejercicios militares” de los últimos días.
Muchos podrán considerar que, atendiendo los antecedentes de agresividad y hostilidad manifiesta de las autoridades chavistas, y la forma vulgar como los últimos cancilleres del régimen venezolano han despachado los asuntos con Colombia, lo mejor es adoptar el silencio y el cese de cualquier canal de comunicación con los gober- nantes de ese país, máxime cuando la posición oficial de la Administración Duque es de no reconocimiento de Nicolás Maduro como presidente.
Puede comprenderse el hartazgo de Colombia frente a los constantes insultos e infundios que, de forma delirante y constante, vierten personajes como Maduro, Diosdado Cabello, Delcy Rodríguez y el mismo Arreaza. Pero la eficacia de la diplomacia y su razón de ser aconsejarían mantener algún canal de comunicación abierto, sin que ello implique para nada reconocer o legitimar esa dictadura. El presidente Duque y la Cancillería seguirán manteniendo la coherencia anunciada desde su campaña, de buscar consensos latinoamericanos, preferentemente desde la OEA y la aplicación de su Carta Democrática, para abogar por el retorno de la democracia al país vecino.
Por el otro lado, Venezuela se afana en mostrar poderío militar, ofensivo y defensivo, y hacer alarde del acompañamiento estratégico ruso. Tienen siem- pre en la boca el pretexto de la inminente intervención “imperialista” por parte de Estados Unidos y sus aliados. Oír la catarata de discursos de la cúpula chavista en los últimos meses – y de fechas más remotas desde hace 20 años– es comprobar el seguimiento de un guion más que trillado, copiado letra a letra de las arengas de la dictadura castrista en Cuba.
Ante estos desafíos, el presidente Duque, el canciller Trujillo y el ministro de Defensa, Guillermo Botero, fueron pru- dentes en sus declaraciones, y cautos para no dar pie a que la otra parte aprovechara para escalar la tensión diplomática. La serenidad del presidente colombiano era la indicada así como sus breves, aunque también claras declaraciones, advirtiendo que Colombia toma nota de la “inconveniente presencia” de los aviones rusos y de la orden de Maduro de movilizar tropas a la frontera. Orden, por demás, que impartía Chávez cada que tenía problemas internos que no podía solucionar.
La situación política de Venezuela es conocida por todos, así todavía queden quienes quieran negarla. Del delirio y desquiciamiento de sus gobernantes tienen testimonio los líderes del continente. De que Maduro y su camarilla son capaces de cualquier cosa, incluido iniciar un ataque bajo cualquier pretexto, se supone que tienen conciencia los presidentes, cancilleres y ministros de Defensa, y en primer lugar los de Colombia. La responsabilidad demanda de estos últimos la prudencia pública, pero la diligencia política, diplomática y militar de tener claros los escenarios y garantizar a la población que nuestro país no estará cruzado de brazos mientras los cabecillas de la dictadura vecina escalan su nivel ofensivo y persisten en sus amenazas