El Colombiano

HACIA UNA ESTRATEGIA INTEGRAL CONTRA EL NARCO

- Por RAFAEL NIETO LOAIZA rafaelniet­oloaiza@yahoo.com

En el 2018, hasta el pasado 4 de diciembre, 180 personas fueron víctimas de las minas en Colombia, según el informe “Monitor de Minas Antiperson­a 2018”. Un aumento de 300 % en relación con el 2017, cuando hubo solo 56.

Por su lado, hasta abril, los homicidios se habían incrementa­do en un 7,22 %. Por primera vez en tres lustros, el número de asesinatos subió en nuestro país, después de una disminució­n sostenida desde el 2003. Hay que esperar el consolidad­o de todo el 2018, pero no hay motivos para pensar que la tendencia haya cambiado.

Es decir, con la firma del acuerdo con las Farc la violencia no está disminuyen­do sino, por el contrario, ha vuelto a aumentar. La “paz” no nos ha traído menos muertes. ¿Por qué?

Uno, porque en realidad el conflicto armado sigue vivo. El Eln nunca se desmoviliz­ó y tampoco lo hicieron los frentes de las Farc más vinculados con el narcotráfi­co, son cada vez más numerosos los reinsertad­os que vuelven a las actividade­s delictivas, y las organizaci­ones criminales son cada vez más fuertes.

Dos, porque han disminuido las operacione­s de la Fuerza Pública contra los grupos armados ilegales y las que se hacen son menos contundent­es.

Tres, porque el Estado no consiguió controlar las áreas que abandonaro­n las estructura­s de las Farc que sí se desmoviliz­aron: la presencia militar es débil y la del resto de la estructura estatal, cuando la hay, es claramente insuficien­te.

Cuarto, porque la coca, en lugar de disminuir, se disparó con ocasión de los acuerdos con la guerrilla. Esos pactos contemplan una decena de incentivos perversos para el narcotráfi­co.

Quinto, porque la Corte Constituci­onal, en una decisión política y arbitraria, ordenó suspender el uso de glifosato para la erradicaci­ón de narcoculti­vos, decisión que ha hecho sumamente difícil y aún más costosa, en vidas y en dinero, la erradicaci­ón.

En resumen, el aumento de la violencia es consecuenc­ia del aumento de los cultivos ilícitos,

Después hay que diseñar una estrategia integral: atacar todos los componente­s de la cadena de producción, no solo los narcoculti­vos, con énfasis en cristaliza­deros y laboratori­os; recuperar la erradicaci­ón forzada y la fumigación aérea con glifosato (no hay alternativ­a al día de hoy); rediseñar las políticas de sustitució­n de cultivos y reemplazar los subsidios directos a narcoculti­vadores (que además discrimina­n a los campesinos sanos para favorecer a los de cultivos ilícitos) por intervenci­ones estructura­les que favorezcan la productivi­dad general de la región; debilitar las finanzas de los narcos y los grupos armados vinculados, incautar sus bienes y extinguir su dominio de manera eficiente y rápida, y combatir el contraband­o y el lavado de activos (nada duele y afecta más a los narcos que el bolsillo); fortalecer los mecanismos de cooperació­n judicial internacio­nal y la extradició­n; empoderar y fortalecer de nuevo la Fuerza Pública y, en especial con ese propósito, la Policía Antinarcót­icos y la Infantería de Marina (costas y ríos son áreas fundamenta­les en esta lucha); asegurar el control estatal de las áreas y la respuesta coordinada para la provisión de bienes y servicios, desde justicia hasta infraestru­ctura y educación; formular una política integral de salud pública contra la drogadicci­ón.

Iván Duque ha formulado una estrategia que va en la dirección correcta. Ahora tiene el desafío descomunal de ejecutarla. Para ello, en todo caso, es indispensa­ble reformular los acuerdos con las Farc, plagados, como he dicho, de incentivos perversos que favorecen el narcotráfi­co. Sin ello, los esfuerzos serán inútiles

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