LOS PEATONES CONTRAATACAN
En muchas de las grandes ciudades del mundo, los funcionarios públicos han comenzado a caer en cuenta de que caminar es un medio de tránsito altamente eficiente, así como uno de los grandes placeres subestimados de la vida. Algunas ciudades importantes incluso han comenzado tentativamente a recuperar sus calles para los peatones.
Denver, por ejemplo, está proponiendo un plan para invertir US$1,2 mil millones en aceras y, a un costo mucho mayor, traer tránsito público frecuente dentro de un cuarto de milla de la mayoría de sus residentes. En Europa, donde el transporte público limpio, seguro y puntual ya está ampliamente disponible, Oslo planea prohibir a todos los autos en su centro de la ciudad a partir del próximo año. Madrid está prohibiendo los automóviles que son propiedad de no residentes, y también está rediseñando las 24 avenidas principales del centro para devolverlas a los peatones. París ha prohibido los vehículos en una carretera a lo largo del Sena, y planea reconstruirla para el uso de bicicletas y peatones.
Sí, los dueños de carros están furiosos. Es porque han confundido su dominancia sobre los peatones de más de un siglo con un derecho en lugar de un privilegio. La verdad es que las ciudades no están haciendo lo suficiente para restaurar las carreteras para los peatones, y son los peatones quienes deberían estar furiosos.
Muchas ciudades estadounidenses todavía dependen del “nivel de servicio” o de los modelos de diseño desarrollados en la década de 1960 que se centran exclusivamente en mantener en movimiento el tráfico de vehículos, según Elizabeth Macdonald, especialista en diseño urbano de la Universidad de California, Berkeley. La idea de los peatones como “impedimentos” es, por supuesto, perversa, especialmente teniendo en cuenta el significado original de la palabra: un impedimento era algo que funcionaba como un grillete para los pies; por ejemplo, tráfico ilimitado de vehículos.
El énfasis en el flujo del tráfico vehicular es también una perversión de la equidad social básica, y los costos se hacen visibles en formas grandes y pequeñas. Vehículos en las ciudades contribuyen a una gran porción de la polución de partículas pequeñas, el tipo que penetra profundamente en los pulmones. (El porcentaje puede alcanzar el 49 % en Phoenix y el 55 % en Los Ángeles. Es solo el 6 % en Beijing, pero eso se debe a que hay muchas otras fuentes de contaminación). Personas que viven cerca de carreteras concurridas, especialmente bebés y personas mayores en hogares de bajos ingresos, pagan la mayor parte del costo en problemas respiratorios, cardiovasculares y otros. Un estudio del MIT de 2013 estimó que las emisiones de vehículos causan 53.000 muertes tem- pranas al año en los Estados Unidos, y un estudio realizado el mes pasado en la Universidad de Lancaster en Gran Bretaña descubrió que los niños con discapacidades intelectuales son mucho más propensos a vivir en áreas con altos niveles de contaminación vehicular.
Entre los costos menores: la mayoría de las personas en ciudades desde Bangalore hasta Brooklyn no pueden permitirse el lujo de quedarse con un automóvil y, sin embargo, nuestras ciudades suelen entregar la mayoría de las vías públicas a quienes pueden hacerlo. Permiten que los autos estacionados se coman hasta 350 pies cuadrados cada uno, a menudo sin costo.
Pero ese no es realmente un costo tan pequeño. Significa que no nos podemos dar el lujo de parques ni árboles que ofrecen sombra, que otros estudios repetidamente han demostrado que son un factor importante en la salud y el estado mental de los habitantes. Incluso cuando las ciudades llenas de carros dejan suficiente espacio en los lados para meter árboles, éstos tienden a ser miniaturas, versiones colombina de lo que solían ser los árboles de las calles. Casi nadie siembra los imponentes robles o arces que solían entrelazar sus ramas en lo alto y hacer que las aceras se sientan como un bosque frondoso en el corazón de la ciudad.
Por lo tanto, la caminata urbana se ha deteriorado de un placer civilizado a una carrera sobrecalentada, sin sombra y con tráfico hacia un destino. Felizmente, algunos planeadores urbanos se están despertando a la idea de que, de hecho, podemos hacerlo mejor.
Esta es la regla fundamental del sentido común: las ciudades y sus calles tienen que ver con personas, no automóviles, y todo diseño urbano debe pensar primero en el único equipo de tránsito que viene de fábrica para el ser humano promedio: nuestros pies
Todo diseño urbano debe pensar primero en el único equipo de tránsito que viene de fábrica para el ser humano promedio: nuestros pies.