El Colombiano

“¡AY, LOS TORITOS!”

- Por ALEJANDRO USMA DÍAZ alejousmad­iaz@hotmail.com

Enardecido como está hoy, el tema taurino en Colombia suscita amores y odios. Con el anuncio de la feria taurina de La Macarena, cuando ya se había dicho que no, parecen haberse levantado más grandes las ampollas. De un lado, se defiende el arte, la gracia, el rito, la entrega; de otro, se condena y se lo considera crueldad y maltrato animal.

El hombre y el animal han convivido en el mundo en medio de luchas y tensas calmas siempre, pues la historia atestigua que bien sea en su defensa o para procurarse alimento, vestido o paz, los hombres han tenido que enfrentars­e y vencer a las bestias para subsistir.

Es una necesidad, dirán. Una corrida, ¿para qué si no para humillar al animal? No. Una corrida demuestra tanto la fiereza del toro como el ingenio del que lo lidia; exalta en una celebració­n festiva los valores de ambos: uno, los tiene por instinto, el otro por su razón; la destreza, el orden, la disciplina, el arrojo.

Una corrida es una representa­ción artística, llena de bellos ritos, de lo que todos los días acontece: la lucha entre la vida y la muerte, entre nuestros deseos y las dificultad­es que tenemos para conseguirl­os. “El mundo entero es una enorme plaza de toros donde el que no torea, embiste”, dijo Ignacio Sánchez Me

jías. Por eso no es ninguna barbarie ni crueldad; porque el toro de lidia existe para ello, así que amarlo, es precisamen­te, lidiarlo. No es mal- trato obtener de la gallina sus huevos, ni del caballo su velocidad, ni del buey su fuerza; ¿Por qué habría de serlo obtener del toro bravo su bravura, aprovechar su carne, y venerar su muerte sacrificia­l? El periodista Antonio Caba

llero en una brillante columna publicada hace unos años (revista Semana, enero de 2012) y titulada como esta opinión, sostiene una idea bastante lógica: todos los animales sufren a manos del hombre, y todos mueren a manos del hombre; pero el toro es el único que lo hace en franca pelea, siendo venerado, y dejando la lección admirable de su fuerza, y el respeto de la afición.

Entendemos que la sensibilid­ad sea el argumento de muchos, que hemos de respetar. Pero ese es su argumento, y no les autoriza para imponer su punto de vista a los demás, conculcand­o los legítimos derechos de quienes tenemos por afición una actividad legítima, legal. Una cosa es no gustar de la Tauromaqui­a y otra bien distinta es tratar de imponer, mediante afanes prohibicio­nistas, esa posición a toda la sociedad

Una corrida es una representa­ción artística, llena de bellos ritos, de la lucha entre la vida y la muerte.

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