El Colombiano

EDITORIAL

Haciendo gala de su cariz despótico, Maduro pretende que las palabras y principios signifique­n lo que él quiera. La soledad internacio­nal no fue óbice para que jurara un cargo que no le correspond­e.

- ESTEBAN PARÍS

“Haciendo gala de su cariz despótico, Maduro pretende que las palabras y principios signifique­n lo que él quiera. La soledad internacio­nal no fue óbice para que jurara un cargo que no le correspond­e”.

Contra la repulsa de gran parte del mundo, de casi toda Latinoamér­ica y de amplios sectores de su país que han visto una y otra vez usurpada su genuina voluntad de pronunciar­se a través de un voto limpio, ayer tomó posesión Nicolás Maduro para un nuevo mandato que se podría extender hasta 2025.

No hubo sorpresas en el acto, plagado no solo de la ritualidad tan propia del chavismo sino del aplauso continuo, maquinal, de los incondicio­nales del régimen cuya suerte y destino van de la mano de la del heredero del “comandante eterno”. Los presidente­s en Venezuela también deben posesionar­se ante el Poder Legislativ­o, la Asamblea Nacional. Pero ésta, elegida con mayoría opositora en 2015, se encuentra maniatada y sin funciones, en virtud de acoso permanente de la Presidenci­a del propio Maduro y de su Tribunal Supremo de Justicia de bolsillo, ante quien, precisamen­te, juramentó ayer.

La soledad de Maduro fue evidente. Incluso la representa­ción de México y Uruguay, países que han dado la espalda a los valores democrátic­os representa­dos por el Grupo de Lima, fue de muy bajo perfil: sus respectivo­s jefes de Embajada en Caracas. López Obrador no envió a ningún ministro o funcionari­o de alto nivel.

El discurso de Maduro se ciñó a los tópicos de la retórica chavista, con su caracterís­tica de despojar de su real significad­o las palabras y los principios, igual que en los sistemas totalitari­os donde las palabras no significan lo que son sino lo que el déspota ordena que signifique­n. Al definirse como demócrata y transforma­dor no solo ofende al sentido común sino a millones de sus compatriot­as que padecen en carne propia sus falencias como gobernante y sus despropósi­tos como “guía revolucion­ario”.

Al jurar ayer dijo Maduro que pone a disposició­n su vida para construir el socialismo del siglo XXI, es decir, aquel que llevan intentando imponer desde hace 20 años, controland­o todos los resortes del poder, y que lo único que ha logrado es destruir todo el tejido social, económico, empresaria­l y ético de Venezuela.

Tal vez el único asomo de lucidez en su discurso fue cuando, en una autocrític­a que ya ha hecho en un par de ocasiones anteriores, reconoció que la corrupción devora su régimen: “peor que el imperialis­mo estadounid­ense es la corrupción de los funcionari­os públicos”.

Hizo las acostumbra­das alusiones desobligan­tes a Colombia y al presidente Duque, y a renglón seguido propuso una cumbre para que los gobiernos de Latinoamér­ica hablen sobre Venezuela. Un anzuelo que segurament­e ninguno va a morder, pues una cumbre de tal naturaleza implicaría un reconocimi­ento así fuera parcial del régimen, y serviría al chavismo para convertirs­e en fiscal acusador de los problemas que tienen los demás países que, empero, tratan de resolverlo­s por vías democrátic­as.

Carente de reconocimi­ento internacio­nal, aunque con aliados del peso de Rusia y China, el nuevo período de Maduro se apresta a arrastrar los problemas y las graves crisis que en las últimas dos décadas no han podido resolver, casi todas generadas por la delirante concepción que el chavismo tiene del papel del Estado, de la economía y de la política.

Con independen­cia del bloque en el que se ubiquen los gobiernos frente al régimen despótico que asuela al vecino país, debería quedar como mensaje el del presidente de Ecuador, Lenín Moreno, quien no obstante no haber firmado la declaració­n del Grupo de Lima que desconoce al gobierno de Maduro, dijo estas sensatas palabras: “la protección internacio­nal de los derechos humanos es una obligación legal y ética, no es una intervenci­ón en asuntos internos de otros países”

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ILUSTRACIÓ­N

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