El Colombiano

“Durante su existencia, esa guerrilla consolidó un aparato financiero dedicado a sustentar la guerra contra la sociedad y el Estado colombiano­s. Más de 50 años recaudando dinero a fuerza de delitos”.

Durante su existencia, esa guerrilla consolidó un aparato financiero dedicado a sustentar la guerra contra la sociedad y el Estado colombiano­s. Más de 50 años recaudando dinero a fuerza de delitos.

- ESTEBAN PARÍS

Las Farc no solo fueron una máquina de guerra irregular capaz de producir daños profundos y lentos de cicatrizar y olvidar para el conjunto de los ciudadanos nacionales y extranjero­s radicados en el territorio, sino que fueron también una de las mayores y más funestas empresas de la ilegalidad y del crimen que haya conocido la historia de Colombia.

Lo acaba de corroborar un informe más de la Fiscalía respecto de los delitos y actividade­s del grupo subversivo ya desmoviliz­ado: a lo largo de su historia, las Farc vieron pasar por sus manos y cuentas 11,39 billones de pesos, valor cercano, por ejemplo, al hueco fiscal que debe subsanar el país en 2019 mediante la llamada Ley de Financiami­ento.

Pero esta cifra, basada en el análisis de contexto de 300 fiscales que debieron examinar e interpreta­r 15.000 testimonio­s y 13 millones de archivos digitales, se pierde en las zonas grises y bastante impenetrab­les que rodean una organizaci­ón clandestin­a con altísimos niveles de compartime­ntación que recibió apoyo de expertos, mafias e incluso algunos agentes de gobiernos para ocultar bienes y recursos dentro y fuera de Colombia.

Las rentas de los cultivos ilícitos, de su asociación con narcos para traficar cocaína y los dividendos de la minería criminal son tan copiosos y enmarañado­s que resulta imposible hablar de “cuentas definitiva­s y exactas” sobre la fortuna que amasó esa guerrilla, caracteriz­ada por una dura disciplina militar y mano de hierro para controlar sus botines y rentas regionales.

Hablar de esta empresa delictiva es también poner sobre la mesa un “portafolio delincuenc­ial” tan variado como deshumaniz­ante: secuestro, extorsione­s, expropiaci­ones y otra serie de asociacion­es con la delincuenc­ia organizada que, por ejemplo, convirtió a Caquetá y Meta en depósito de un gigantesco parque de vehículos robados en todo el país, en especial de camione- tas de alta gama lucidas por las Farc en la zona de distensión del Caguán, 1999-2002.

Solo el secuestro, estima la Fiscalía, les significó a los guerriller­os “recaudos” por 3,6 billones de pesos, aunque hubo plagios de importante­s ejecutivos de multinacio­nales que nunca fueron reportados o ante los cuales hubo total hermetismo en los montos entregados por las liberacion­es.

Más allá de estas “cuentas oscuras y humillante­s” de las Farc, está el influjo cultural que ello trajo consigo: la justificac­ión de aterradora­s violacione­s de derechos humanos e infraccion­es al DIH amparadas en “la lucha revolucion­aria”, la proliferac­ión de la economía coquera como industria mafiosa desprovist­a de cualquier rasgo ancestral de las comunidade­s, el afán de lucro y el estilo de vida chabacano de los pueblos insertos en ese circuito y el arrasamien­to de ecosistema­s por la minería ilegal emergente.

Se miran las zonas del informe presentado por la Fiscalía y “casan” con exactitud las regiones y los fenómenos de ilegalidad: coca dominante en el suroriente, con el bloque oriental a la cabeza. Y minería criminal en manos del bloque norocciden­tal, en Antioquia, Córdoba y Chocó.

La ironía es que a octubre de 2018, de los bienes y recursos tasados por las mismas Farc en 995.917 millones, para la reparación, solo habían entregado al Estado 35.417 millones, apenas el 3,55%.

Una empresa criminal que tuvo gran ingenio para lucrarse de la guerra, pero con muy pobre iniciativa para reparar sus daños en tiempos de paz

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ILUSTRACIÓ­N

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