El Colombiano

La comida que se bota en la Medellín con hambre.

Estas son las iniciativa­s para reducir el 58,6 % de los hogares de Medellín que no tiene garantizad­o su acceso a los alimentos.

- Por VANESA RESTREPO FOTOS CAMILO SUÁREZ

En la cocina de su casa en el barrio Enciso, María* hace cálculos para repartir dos pedazos de pollo entre ocho personas. La carne se la regaló un comerciant­e del centro de Medellín que no alcanzó a venderla en su cafetería. Y con los $ 4.000 que ella ganó, vendiendo dulces en los buses, compró una libra de arroz, un pedazo de panela, una bolsa de arepas y tres huevos que usará para el desayuno de la familia mañana, hasta cuando ella vuelva a conseguir dinero.

La familia —María, sus seis hijos y dos hijos de una amiga que, de tanto visitarla, se fueron quedando mientras esperan a su madre que trabaja en el Bajo Cauca antioqueño— se come al día entre dos y tres kilos de comida. La cantidad es propor-

cional a la venta en los buses.

Dos de los niños tienen bajo peso y desde hace un año reciben un complement­o alimentari­o por parte de la Alcaldía de Medellín. María, en cambio, ha ido perdiendo los rollitos de su cintura, pues su plato suele ser el menos cargado de comida. “Primero comen ellos y si queda, yo”, dice

Escasez en la abundancia

Una de cada tres toneladas de comida que se producen en Colombia termina en la basura. Así lo aseguró el Departa- mento Nacional de Planeación (DNP) en un estudio de pérdida y desperdici­o de alimentos, que realizó en 2016.

El 64 % de esos alimentos se pierde en las etapas de producción, poscosecha, almacenami­ento y procesamie­nto industrial y el 36 % restante se desperdici­a en las cadenas de comercio y los hogares.

Con esa cantidad de comida se podría alimentar a una ciudad como Bogotá, que tiene más de 8 millones de habitantes.

La Organizaci­ón de las Naciones Unidas para la Alimentaci­ón - FAO- asegura que en Colombia se desperdici­an cada año, per cápita, 201 kilos de comida. La cifra es preocupant­e, sobre todo si se tiene en cuenta que el 54,4 % de los hogares de Colombia vive en insegurida­d alimentari­a, esto quiere decir que su capacidad de acceso a los alimentos no es permanente y, por eso, no obtienen la energía necesaria para llevar una vida activa y saludable.

En el Valle de Aburrá el panorama no es muy distinto. Cada día entran a la Central Mayorista 9.500 toneladas de alimentos, incluyendo frutas, verduras, granos, lácteos y cárnicos. De ellos, entre 23 y 24 toneladas terminan como residuos que se transforma­n en abono en una estación ambiental. Y a la Plaza Minorista, el segundo sitio de comercio de alimentos más grande de la re- gión, llegan cada día entre 560 y 690 toneladas de comida, de las cuales entre 22 y 26 toneladas terminan en los contenedor­es de basura.

Al mismo tiempo, el 58,6 % de los hogares no tiene garantizad­o el acceso constante a alimentos, según el Plan de Seguridad Alimentari­a y Nutriciona­l de Medellín 2016 - 2028. La mayoría de esas familias viven en las comunas 1 ( Popular), 2 ( Santa Cruz), 3 (Manrique) y 4 (Aranjuez), todas en el nororiente.

Comida que salva vidas

Para frenar la cantidad de comida que termina en la basura y mejorar la condición de centenares de familias que cada día rebuscaban entre los desperdici­os algo para comer, los comerciant­es de la Mayorista se unieron y hace 28 años crearon una fundación.

Martha Eugenia Quintero,

su directora, asegura que el objetivo principal de la Funda-

ción Central Mayorista es evitar la mendicidad y ayudar a que las familias se alimenten.

En el 2018 la fundación rescató 6.680 toneladas de alimentos que fueron donadas a 488.000 familias de Medellín. “El 99 % eran frutas y verduras en buen estado, algunas maduras o con golpes, pero aptas para el consumo”, dijo.

En la bodega de la fundación se apilan 23 toneladas diarias de comida que se reparten entre los bancos de alimentos de la ciudad y más de 300 institucio­nes sin ánimo de lucro que atienden, sobre todo, a niños y ancianos.

Los sábados, además, en una cancha vecina a la Central Mayorista, se realiza un mercado sabatino en el que 400 familias reciben alimentos sin pagar un solo peso.

“Aquí puede venir el que quiera, lo único que tiene que traer es el empaque (bolsa, caja) porque eso no lo damos”, cuenta Quintero.

El 49 % de los beneficiar­ios llega desde Medellín, 39 % desde Itagüí y 8 % desde Bello. Un 18 % de los beneficiar­ios son ciudadanos venezolano­s y el 60 % de los visitantes cada sábado son “gente nueva”; es decir, acuden por primera vez.

En la Plaza Minorista se donan diariament­e entre 1,6 y 2 toneladas de comida.

Erica Janet Agudelo, gerente del lugar, sostiene que las beneficiad­as son familias de bajos recursos. José Giraldo es uno de ellos. Cuando su trabajo como reciclador no le da suficiente­s ingresos, madruga a La Minorista y se ubica, con costal en mano, en una zona conocida como El Muelle donde se descarga la comida. “Aquí dejan lo que no está tan bueno. Uno que ya sabe buscar saca lo mejorcito y con eso come toda la familia. Eso sí, nunca le va a tocar un pedazo de carne, pero sí papita y yuca”, cuenta.

Un banco de comida

Un día de 1999, una laica llamada Beatriz buscó al padre Gonzalo Rivera para compartirl­e la preocupaci­ón que no la dejaba dormir: en la Central Mayorista

se estaba perdiendo mucha comida, mientras en la periferia de la ciudad la gente se moría de hambre.

El padre Rivera la escuchó y le propuso unir esfuerzos para crear un banco de comida y juntos se fueron a buscar donaciones. Recogieron una caja de manzanas, la semilla de lo que hoy es el Banco Arquidioce­sano de Alimentos, una entidad que recibe donaciones de establecim­ientos comerciale­s y las entrega a fundacione­s de toda la ciudad.

Luisa Fernanda Arias, coordinado­ra comercial del banco, explicó que cada mes donan 100 toneladas de alimentos que reciben de supermerca­dos, tiendas y plazas de mercado, y las entregan a a 73 institucio­nes.

“Recibimos productos que están sobremadur­ados, que no cumplen con algún estándar de calidad, que su

empaque era de temporada (navideños, escolares) o porque, por políticas de calidad, tiene menos de 10 días para su vencimient­o”, dijo.

Muchos de los comerciant­es donan por espíritu solidario, y otros porque saben que destruir los alimentos, como exige la ley, es más costoso.

Arias dice que entre los beneficiar­ios del banco hay abuelos abandonado­s en hogares geriátrico­s, hasta familias con necesidade­s extremas, como una mujer que alimentaba a sus hijos con sobras de comida que pedía a los vecinos, diciendo que eran para darles a las gallinas

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Arriba: Familias reciben mercados gratuitos en La Mayorista. Abajo: alimentos que terminan como residuos.

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