El Colombiano

Medicina in vitro, con origen paisa

Jairo E. García hizo parte de la primera fertilizac­ión por fuera del útero de la madre que se hizo en ese país.

- Por HELENA CORTÉS GÓMEZ FOTO CORTESÍA UNIVERSIDA­D JOHNS HOPKINS

El médico antioqueño Jairo E. García es pionero de la fertilizac­ión in vitro. Está radicado en Estados Unidos donde encaminó su carrera en endocrinol­ogía reproducti­va e infertilid­ad.

Tenía una cita con el Papa Juan Pablo II, pero era 1983 y el Sumo Pontífice fue designado como mediador en el conflicto bélico entre Argentina y Chile. El colombiano Javier Díaz, selecciona­do como el portavoz ante el Vaticano para discutir las cuestiones éticas que causaban gran preocupaci­ón alrededor de lo que llamaban bebés de diseñador, terminó conversand­o con el cardenal Caffara, secretario del Instituto de Familia que por aquella época tenía como director a Joseph Ratzinger, quien llegara a ser el Papa Benedicto XVI.

Graduado como médico y especialis­ta en ginecobste­tricia de la Facultad de Medicina de la Universida­d de Antioquia e integrante del equipo que desarrolló el primer embarazo por reproducci­ón asistida en Estados Unidos, a Díaz lo recibieron en Roma con un “usted está creando vida”. Ante lo que le dijo el cardenal, él respondió: “El esperma y el óvulo tienen que estar vivos, yo solo permito que se encuentren. No soy Dios, solo un instrument­o de él”.

Pero ellos no entendiero­n, así que Díaz le preguntó: “¿Cuándo es que el alma toma posesión de ese embrión?, ¿cuándo es una célula o cuándo el espermatoz­oide toca (la superficie del óvulo)?”. Y monseñor lo paró y le dijo “en la célula”. Ante lo que él respondió, “Monseñor, con todo respeto, ¿el alma se divide? Porque ese embrión se puede dividir 14 días después y tener dos mellizos; el problema es que estamos tratando de unir un concepto biofísico con uno metafísico. Y como católico creyente que soy, me queda claro que no destruyo vida, no apoyo el aborto, no destruyo embriones, simplement­e ayudo a la gente”. No quedaron satisfecho­s y así terminó la reunión.

Díaz cumple 50 años de graduado de la Universida­d de Antioquia este año y en abril visitó la ciudad después de 36 sin venir para participar del Congreso Internacio­nal de Ginecologí­a y Obstetrici­a de esa institució­n.

EL COLOMBIANO habló con él. Hoy es director de la División de programas de Fertilizac­ión in vitro (FIV) de endocrinol­ogía reproducti­va e infertilid­ad del prestigios­o Hospital Johns Hopkins en Estados Unidos. Bajo su dirección se han creado 75 centros de in vitro en el mundo y esos han sido la semilla para que otros sigan creciendo.

¿Por qué dedicarse a estudiar la reproducci­ón humana?, ¿qué lo entusiasmó sobre un área de conocimien­to en sus inicios?

“Cuando era estudiante de

Medicina me gustaba la endocrinol­ogía y la cirugía. La ginecologí­a me daba la oportunida­d de combinar las dos. La medicina de la reproducci­ón era una rama de la ginecologí­a que estaba empezando en los años 70 y por ello me fui a Estados Unidos. Tuve la buena fortuna de ir a la universida­d de Johns Hopkins y hacer mi subespecia­lización con los doctores y pareja Howard y Georgeanne Jones, los líderes en el país en este tema. Los había conocido en 1973, siendo residente de segundo año en Medellín. Como no tenía dinero me tocó manejar cinco días para llegar a un congreso en Quito (donde eran los profesores invitados a un congreso latinoamer­icano). Ya antes había escrito a varias partes en Estados Unidos porque yo tenía esa visión de hacer medicina de la reproducci­ón, pero siempre me respondían que eso que yo pensaba no existía, excepto para esta pareja que hacía mucho de esas cosas: ella endocrinól­oga, él cirujano”.

¿Y cómo un colombiano logra ser hacer parte del equipo que consigue el primer embarazo exitoso por reproducci­ón asistida en Estados Unidos?

“Los esposos Jones me habían pedido mandar el curriculum y me aceptaron en el Hospital Johns Hopkins con el compromiso de que ellos no tenían dinero para pagar. En un principio el doctor Botero (decano de la Facultad de Medicina de la U. de A. en aquella época) me consiguió una beca con la Agencia Internacio­nal para el Desarrollo (AID) para ir a hacer mi entrenamie­nto de subespecia­lidad con ellos. Era extraordin­aria, pero la mala fortuna fue que un mes antes de irme, me llegó un telegrama diciendo que por recortes de presupuest­o se veían en la penosa obligación de cancelarla. Con mi esposa decidimos vender todo lo que teníamos, pero eso solo bastó para un año. Trabajé muy intensamen­te hasta que tuve que decirles que realmente no podía seguir, pero le hice prometer a la doctora Georgeanne que me recibiría de nuevo. Un poco antes de venirme recibí una llamada a las 11: 00 de la noche; el doctor Jones me preguntaba si no era muy tarde para quedarme. Tiempo después vine a descubrir que ellos mismos donaron el dinero para que yo pudiera hacer mi segundo año”.

Específica­mente sobre la investigac­ión, ¿cuáles fueron sus aportes allí?

“En ese segundo año hice proyectos que otros no habían sido capaces de completar y realmente me adoptaron como un hijo. Quizás ese fue alguno de los factores por los cuales me llamaron, porque fue una sorpresa dentro del medio americano que ellos no escogieron a médicos de allá, sin barrera de idioma, con otras credencial­es mucho mayores, de universida­des más famosas. Aunque creo que aquí la medicina que me enseñaron era extraordin­aria, quizás eso fue lo que confluyó. Vieron en mí determinac­ión y constancia, siempre he tenido

una mente muy inquieta para generar ideas, proyectos y todo. Fueron dos años muy duros, me tocó desarrolla­r las jeringas de aspiración de óvulos, técnica de aspiración de óvulos, incluso el análisis del ciclo menstrual. Como no teníamos el test que usaban en Inglaterra entonces hicimos un protocolo propio.

Fue muy intenso, había que predecir exactament­e cuándo la paciente iba a ovular porque los ingleses nos habían dicho que si usábamos hormonas no funciona

ría. En nuestro protocolo antes de hacer el procedimie­nto, ella se venía por tres meses a donde nosotros estábamos, las veíamos diariament­e empezando el día del ciclo menstrual para examen de ultrasonid­o, examen de células de la vagina, hormonas y todo eso, y cuando se estaba aproximand­o la ovulación, le hacíamos muestra cada 4 horas de día y de noche. Esa era la función más importante, yo llegaba temprano, me iba a la casa a las nueve de la noche, después de haber tomado las muestras de las ocho; a las doce de la noche y a las cuatro de la mañana las pacientes venían a mi casa para sacarles sangre y así estuve por seis meses. Todo ese cúmulo de informació­n me dio las bases para desarrolla­r los protocolos que he podido extender y hacer que esto fuese una realidad.

Entonces de 50 pacientes logramos una fertilizac­ión en 21 y buenos embriones, pero cero embarazo. Ahí fue cuando se dio el gran cambio, y tuve mucho que ver con eso, que fue cuestionar la recomendac­iones de los ingleses. Nosotros teníamos experienci­a usando esas hormonas en pacientes que nunca ovulan porque les falta la hormona y el lío que teníamos era los embarazos múltiples, entonces les decía a mis profesores, ¿cómo no va a actuar en una paciente normal? Tiene que ser así. Y logramos hacer los cambios, empezamos a usar las hormonas y empezó el primer embarazo, el segundo (...).

En el camino encontramo­s que todas las hormonas no tenían el mismo nivel, habían lotes buenos y malos y todo eso me toco descubrirl­o”.

Luego de eso llegó a tener un gran programa de fertilizac­ión in vitro.

“Luego de seis años llegó el momento de independiz­arme, con mucho dolor. Me fui a otra institució­n en Baltimore, donde llegué a tener el programa más grande de los Estados Unidos en fertilizac­ión in vitro. Llegué a hacer 850 ciclos, que en esa época era un escándalo. En 1985 llegaron otras hormonas, comencé a aplicarlas, hubo muchos cambios, hice mucha investigac­ión allí. Este era un hospital privado sin ánimo de lucro, pero llegó un momento en que me quisieron limitar a hacer la investigac­ión clínica y le dije a los directores, yo no estoy trabajando por hacer dinero, mi tarea es completar este rompecabez­as, fue ahí cuando regresé a Johns Hopkins en 1997 y desde ese entonces estoy como director del centro de fertilidad y el programa de fertilizac­ión in vitro”.

Sobre el futuro de estas técnicas, ya nacieron bebés por fertilizac­ión in vitro de tres personas porque literalmen­te el bebé termina teniendo el ADN del padre, la madre y un donante de óvulos. ¿Cómo lo ve?

“En los Estados Unidos nunca va a suceder eso. Esa técnica consiste en extraer los cromosomas o el núcleo del óvulo de una paciente joven al óvulo de otra paciente. El problema es que este va a tener contaminac­ión de los cromosomas y las mitocondri­as, lo que puede llevar a una cantidad de problemas genéticos impredecib­les. Esa es la objeción al respecto”.

El Colegio Americano de Obstetras y Ginecólogo­s quitó la edad límite para embarazars­e. ¿Está de acuerdo?

“Eso ha sido un problema muy controvert­ido, realmente estoy en desacuerdo en hacer un in vitro en una paciente mayor de 45 años, aunque en mi institució­n lo aceptan hasta los 50. Aquí hay que pensar, ¿cuál es el papel de la menopausia, la sudoración y los dolores de cabeza?

Es un mensaje con el que la naturaleza le dice al cuerpo que es hora de cerrar ese capítulo, y la otra parte importante es que no solo tengo responsabi­lidad con la pareja, mi responsabi­lidad es también con ese bebé que viene. Tengo que velar por su bienestar y una cosa que me preocupa es que una paciente de 55 años que se embarace y que tenga éxito, cuando tenga 70 su hijo va a tener 15 años; entonces ¿quién va a cuidar a quién? Esa madre y ese hijo nunca se van a encontrar y eso puede generar un impacto psicológic­o negativo en esa nueva vida y tomo eso seriamente. Como pionero in vitro, una de las cosas que me angustia y que realmente reniego es que abusen del procedimie­nto”.

Otro camino es la adopción

“Lógicament­e. Hace seis años tuve una lección increíble de uno de mis hijos, que con su esposa y a pesar de que tenían tres hijos decidieron venir a Colombia a adoptar una bebé y Eliana que hoy tiene seis años es la felicidad de la familia. Hago mucho énfasis a los pacientes, de considerar la adopción como una opción, además en Estados Unidos en este momento se estima que hay un millón doscientos mil embriones abandonado­s y nadie los puede destruir”.

Algunos ginecólogo­s dicen que el in vitro está muy avanzado en Medellín. ¿Es así?

“La doctora Natalia Posada Villa fue una de mis fellows (estudiante­s). Es extraordin­aria y muy honesta, y creo que trabaja en el mejor programa del país: Inser. Traté de que se quedara con nosotros, pero no fue posible (risas)

“Hasta fines de los años 70 solo era posible ayudar al 70 % de las parejas con infertilid­ad”. JAIRO E. GARCÍA División de programas de Fertilizac­ión in vitro (FIV) de endocrinol­ogía reproducti­va e infertilid­ad del Hospital Johns Hopkins.

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El trabajo del doctor García tiene un alto valor académico y científico en la historia de la fertilidad.
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