El Colombiano

ADIÓS Y GRACIAS

- Por ELBACÉ RESTREPO elbacecili­arestrepo@yahoo.com

No todas las relaciones son para siempre. Ni siquiera el “hasta que la muerte los separe” funciona para muchas parejas que juraron amarse hasta el fin de sus días pero no lo lograron. Y aplica igual con los amigos, con simples conocidos con los que se hace necesario compartir espacios y, muy frecuentem­ente, en las relaciones de tipo laboral donde la armonía no es que esté menguada, sino que se apagó de a poco hasta extinguirs­e por completo.

Pueden ser múltiples las causas para una despedida: Porque el amor acaba y ninguno de los miembros de la pareja hace nada por revivirlo. Porque se perdieron el respeto, la empatía y las ganas, porque el desgaste afectó la sana convivenci­a, “porque se vuelven cadenas lo que fueron cintas blancas…”.

Y cuando el desahucio no alcanza para imaginar siquiera nuevas posibilida­des de resurrecci­ón, es mejor decir adiós y gracias. ¿Que duele? ¡Duele como un diablo! Y el dolor es tan mal consejero como buen aliado el tiempo para rumiar las rabias que suelen quedarse atoradas en la garganta después de un corte abrupto en cualquier relación. Ojalá aprendiéra­mos a retirarnos en silencio y esperar a que escampe para no salpicar de agua sucia a la persona con la que compartimo­s un buen rato de la vida.

En este punto desfilan por mi mente dos ejemplos, entre muchos: Un candidato a la alcaldía de la ciudad que en su incipiente campaña no ha hecho más que criticar la administra­ción municipal, aun habiendo hecho parte del equipo de confianza del mandatario actual. No sé a ustedes, pero a mí no me genera credibilid­ad aquel que para crecer necesita pisotear a los demás y mucho menos quien, habiendo podido hacer bien las cosas en su momento, ahora solo tiene voces de recriminac­ión para el grupo del que hizo parte. O es muy desleal o estuvo en el lugar equivocado “sin querer queriendo”.

El trabajador que enreda con asuntos judiciales a quien no solamente le pagó salarios justos y prestacion­es sociales legales, sino que le ayudó a solucionar problemas familiares y económicos muy graves durante muchos años, pero una vez terminado el contrato le declara la guerra. Al paño de lágrimas, tan bueno hasta ayer, hoy le reclama esta vida y media de la otra, movido por la rabia que suele producir el “no va más”.

Qué mala memoria la de quienes no tienen nada bueno para rescatar del otro cuando el camino en compañía ha llegado a su final, en lo personal, en lo afectivo o en lo laboral. En las complejas relaciones humanas todos damos, todos recibimos y todos aprendemos. Pero también todos parecemos olvidarlo muy pronto. Como es un sentimient­o que sale del corazón, la gratitud jamás podrá ser una obligación, pero tampoco debería prescribir.

La lealtad también queda en entredicho cuando no agradecemo­s una mano que se extendió en momentos difíciles, la carcajada compartida de un momento feliz, el favor que nos sacó de apuros en el momento justo o las enseñanzas recibidas. Y es mucho peor si en el intento de capitaliza­r a nuestro favor, sea en plata, en votos o en sentimient­os, convertimo­s al otro en blanco de nuestros odios y rencores. Entonces dejamos ver nuestra cara de monstruos. ¿O era nuestra cara real que siempre mantuvimos oculta?

Ojalá aprendiéra­mos a retirarnos en silencio y esperar a que escampe para no salpicar de agua sucia a la persona con la que compartimo­s.

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