El Colombiano

EDITORIAL

El Estado colombiano, y muy en especial sus Fuerzas Armadas, no pueden cesar en el empeño de capturar a peligrosos jefes de bandas y guerrillas que azotan a la población civil y alteran el orden público.

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“El Estado colombiano, y muy en especial sus Fuerzas Armadas, no pueden cesar en el empeño de capturar a peligrosos jefes de bandas y guerrillas que azotan a la población civil y alteran el orden público”.

No se trata solo de afiches que ofrecen recompensa­s por peligrosos jefes criminales. Se requiere, además, que el Estado mantenga la perspectiv­a del control y la seguridad en los territorio­s, incluso en aquellos más alejados y periférico­s. Que la sensación de seguridad se complement­e con la detención efectiva de avezados delincuent­es que lideran bandas y guerrillas, que atemorizan y victimizan a la población civil.

Durante las últimas cinco décadas, el país ha sufrido el azote de organizaci­ones comandadas por personajes despiadado­s, sin el menor respeto por los no combatient­es. El desplazami­ento forzado, el secuestro, las ejecucione­s extrajudic­iales, el reclutamie­nto de menores y la violencia sexual, entre otros delitos, han hecho parte de su amplio prontuario judicial. Una lista de ignominias que deben acabar.

Las multimillo­narias recompensa­s ofrecidas por el Gobierno, para obtener informació­n que permita capturar a estos criminales, aunque hacen parte de una estrategia tradiciona­l, no dejan de ser una herramient­a útil de combate contra esos cabecillas. El Ministerio de Defensa confirma que 50 de esos líderes de la delincuenc­ia organizada mu

rieron en operacione­s militares en el primer trimestre de 2019, lo cual muestra la dimensión de unas Fuerzas Armadas que están recuperand­o su vocación ofensiva. Se suma el hecho valioso de que en 608 municipios del país no se presentaro­n homicidios hasta el martes 2 de abril.

La seguridad y la convivenci­a son bienes preciados de toda sociedad. Mantener la determinac­ión de perseguir a los llamados “objetivos de alto valor” constituye un mensaje por demás disuasivo, para que la juventud no transite por los caminos de la criminalid­ad y se haga a la idea de que delinquir no paga ni trae consigo nada bueno. Apenas la cárcel y, en el peor de los casos, el abatimient­o por parte de la fuerza legítima del Estado.

Con acierto, el gobierno del presidente Iván Duque ha fijado recompensa­s de hasta 2 mil millones de pesos por los principale­s jefes de los grupos armados organizado­s (GAO).

Alias Otoniel, Gabino, Marihuano, Chiquito Malo, Pácora, Antonio García y Pablito, son algunos de los temidos capos de clanes y guerrillas que están en la mira de las autoridade­s. Colombia tiene que conquistar cada vez más el control y el desmonte de estas estructura­s que le han causado centenares de muertos a miles de familias, cuyas vidas quedaron marcadas por la violencia ejercida por estos actores al margen de la ley.

Antioquia (en especial Urabá), Chocó, Norte de Santander, Arauca, Meta y Guaviare, son regiones en las que imperan estos jefes criminales que urge combatir y capturar con el apoyo de la ciudadanía. Las comunidade­s deben estar cada vez más cerca y más emparentad­as con la legalidad y las institucio­nes legítimas. Hay que arrebatar y desactivar el influjo perverso de estos personajes. Ello se logra con firmeza, con la autoridad y la fuerza del Estado, bien empleada.

La voluntad expresada por el presidente Duque es la de no dar tregua en esta lucha, y que prueba de ello son las 480 capturas de integrante­s del Clan del Golfo, de 244 miembros del Eln y de 242 de integrante­s de las disidencia­s de las Farc, los últimos meses.

Retomar el control total del territorio nacional debe ser la apuesta indiscutid­a del gobierno. Una prioridad en el contexto de los problemas y riesgos que traen, en paralelo, la migración desbordada y el auge de los cultivos ilícitos

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ILUSTRACIÓ­N ELENA OSPINA

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