El Colombiano

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Vilma Piedrahíta de Mejía fue la primera y única decana de la Facultad de Medicina de la U. de A.

- Por HELENA CORTÉS GÓMEZ

Así es la historia de la decana de la pediatría en Colombia. Es paisa

Vos creés que yo sí puedo con medicina?”, le preguntó Vilma Piedrahita Echeverri a uno de sus hermanos, antes de presentars­e a la universida­d. Se acababa de graduar del Instituto Central Femenino (hoy en día Cefa). “No dudaba de que podía, pero tal vez sería muy fuerte para mí”. Su familia la apoyó desde el principio, pero la sociedad aún rechazaba que las mujeres quisieran ser algo más que amas de casa.

Antes de ella, en 1925 la Universida­d de Cartagena le otorgó el primer grado en medicina a una mujer dentro del territorio colombiano. Se trató de la ciudadana extranjera Paulina Beregoff, hija de un petrolero, quien viniera a ser además la primera mujer universita­ria del país y primera profesora de una Facultad de Medicina en Colombia. No fue sino hasta diciembre de 1945 que se graduó finalmente Inés Ochoa –en su caso en contra de su padre– como la primer doctora en Medicina y Cirugía de la Universida­d Nacional de Colombia. De a poquitos se fueron sumando, luego de años de lucha para ingresar a los estudios superiores.

Piedrahita, que nació en Venecia (Antioquia) en 1935, se graduó como médica en 1958, mientras ya atendía pacientes desde un hospital de Valparaíso por petición de Héctor Abad Gómez, su profesor. Cerca de 1962 se convirtió en la única mujer pediatra del país, lo que luego la llevó a ser becaria de la W.K. Kellogg Foundation. Al Hospital infantil de Boston en Estados Unidos llegó como fellow, no como residente. En 1967 se especializ­ó en nefrología infantil de la Universida­d de Harvard y ante su intención de volver pronto a su país rechazó el ofrecimien­to de encargarse de la especialid­ad en el hospital por un año para cubrir al jefe de entonces: “En el país no existía esa especiali

dad, la nefrología en general era bastante nueva en el mundo y la gente la necesitaba”, recuerda. Fue miembro de la Asociación de Mujeres Profesiona­les de Antioquia, subsecreta­ria de Salud del Departamen­to (1970 1971), vicedecana de la Facultad de Medicina de la U. de A. (1971-1972) y decana de la Facultad de Medicina (1972 1974). También fue rectora encargada por 18 días (1973) de la U. de A. Acompañó diversos procesos formativos como profesora del posgrado de nefrología infantil de la Universida­d de Antioquia y trabajó en el Hospital Universita­rio San Vicente Fundación.

Desde su casa recuerda cómo fue ser médica en medio de tantos hombres.

¿En qué momento se enamoró de la medicina?

“Yo quería estudiar algo y mi papá quería una hija médica, él tuvo mucho que ver ahí. Él era tesorero de la Universida­d de Antioquia y le pidió permiso al rector para que nos dejaran asistir a mí y a varias compañeras a un preunivers­itario que recibían los estudiante­s que querían estudiar medicina. Presenté el examen dos veces y pasé las dos, pero antes me dio miedo que fuera muy fuerte para mí. Fuimos 5 mujeres entre 100 hombres; cuatro de las que pasamos del Central Femenino. Así era en ese entonces (ver cifras de hoy en recuadro) porque antes que nosotras hubo otras pocas mujeres que estudiaron medicina y eran así, cuatro o cinco de unas decenas.

Ya otras habían empezado a estudiar medicina, Clara Glottmam, judía, con otras en 1941, la única que se graduó fue ella en 1947. Luego la doctora Lucía Márquez de Gómez, que luego se especializ­ó en psiquiatrí­a; luego LuzMila Acosta, que también se especializ­ó en psiquiatrí­a. Yo estaba en primero y ella en cuarto. Luego Lidia Restrepo de Ramírez, especialis­ta en obstetrici­a, y otras tres”.

¿Cómo fue pasar de estudiar solo con mujeres a hacerlo con hombres?

“Era difícil... Se escuchaban comentario­s ofensivos y hubo protestas por eso en odontologí­a. Eso venía de algunos hombres e incluso de

profesores, pero la universida­d favoreció a las mujeres y despidió a algunos hombres. Algunas se graduaron, otras no aguantaron la presión. En medicina yo no lo sentí tan fuerte, pero sí había algunos

que decían que para qué educar a las mujeres si se iban a casar, que eso era perder las plata porque luego de que se casaban ya no trabajaban. Resulta que todas las que terminamos de estudiar trabajamos. Todas.”

¿Y cómo lo veían otras mujeres que no estudiaban o estaban casadas?

“Bueno, por ejemplo cuando estábamos trabajando ya como médicas, a muchas pacientes mujeres no les gustaba que las examináram­os otras mujeres. Y a algunos hombres igual. Alguna vez un muchacho con la cabeza cortada dijo que no quería que una mujer lo cosiera, y otro compañero nos apoyó y le advirtió: ‘Con ella con anestesia o conmigo sin anestesia’ (jajaja). ¡Los hombres como son de flojos! Obviamente se dejó coser de una mujer. Nos fuimos ganando el terreno”.

Al estudiar y trabajar, ¿se esforzaban más ustedes por ser mujeres?

“Sí, porque uno tenía miedo de hacer verdad lo que lo que la gente decía de las mujeres, que no podíamos, y además un compromiso con las otras mujeres, si íbamos a abrir un campo teníamos que hacerlo de la mejor manera”

¿Cómo cree que se debería continuar ayudando a disminuir brechas de género?

“No es a través de las peleas ni de las armas ni de las guerras, sino siendo un ejemplo y una figura de bondad”

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FOTO MANUEL SALDARRIAG­A En 2016 la Gobernació­n de Antioquia la galardonó como Gran Antioqueña de Oro.

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