CATATUMBO: ESE DOLOR INTERMINABLE
¿Cómo decir, cómo contar, cómo denunciar de nuevo la tragedia humanitaria que sufre la región del Catatumbo en norte de Santander? Es un tema de esos cíclicos, repetidos. Lamentablemente. Una historia cuya tinta es la sangre de decenas de civiles inermes abatidos por los grupos armados ilegales, ante la pasividad y complicidad por omisión del Estado colombiano.
Niños atravesados por las balas de fusil perdidas de los combates y las emboscadas. Otros tantos pobladores interrogados y asesinados sin fórmula de juicio. Menores y jóvenes reclutados forzosamente. A ellos ya se suman cientos de venezolanos que, tras ser lanzados por su crisis a territorio colombiano, ahora son convertidos en servidores de las estructuras mafiosas y criminales en El Tarra, en Hacarí, en Teorama y en los otros siete municipios que hacen parte de un territorio convulso copado por la delincuencia.
¿Y el Estado? ¿La Policía, el Ejército, la Fiscalía, y también las dependencias encargadas de la inversión social? Por ninguna parte. En la gaveta van quedando las promesas de atención de distintos gobiernos: los dos de Uribe, los dos de Santos. Resuenan los discursos huecos del vicepresidente Óscar Naranjo, mejor policía que político.
Human Rights Watch acaba de publicar un informe con las voces de 80 fuentes humanas, además del respaldo documental de sus investigadores. El resultado, uno muy parecido a lo de siempre: los territorios desalojados por las Farc están en manos de sus disidencias, del Eln y del Epl. José Miguel Vivan
co, director de HRW, lanzó una frase tan lapidaria como cierta: el Catatumbo es un paraíso de la criminalidad, que pareciera no ser parte de Colombia.
El presidente Iván Duque respondió al informe con promesas que habrá que ver si se cumplen en los tres años de gobierno que le quedan. El viernes en Cúcuta aseguró que va a liberar esa región del narcotráfico y de los grupos que “siempre han querido usurpar su dignidad”. ¿Han querido? La están usurpando y de qué manera brutal, presidente.
Alrededor de 40 mil desplazados en tres años. Tasas de homicidios duplicadas. Una decena de líderes sociales y defensores de DD.HH. asesinados los últimos 10 meses. Comunidades confinadas y zumbadas a diario por las balaceras. De promesas está empedrado el camino al infierno del Catatumbo, presidente.
Una región, que gracias a su potencial agrícola podría ser despensa del país, de pueblos con historia y ganas de turismo, convertida en un polvorín donde la gente muere de manera miserable, dejada a su suerte por un Estado ajeno e incapaz. Ese Catatumbo tantas veces muerto en la realidad y los titulares de prensa, sin que sus instituciones se conduelan y, por fin, actúen ■
De promesas está empedrado el camino al infierno... del Catatumbo.