El Colombiano

2E: LA MÁSCARA

- Por JUAN MANUEL ALZATE VÉLEZ alzate.jm@gmail.com

La desinforma­ción anda circulando tranquilam­ente por las calles. Cruza espacios entre orejas. Obnubila miradas. Oscurece argumentos.

La desinforma­ción se ha convertido en arma de destrucció­n masiva en el mundo. No hay que temerles a bombas atómicas; sino a las ideas infundadas, las no argumentad­as, y carentes de razones que se están tomando la pasarela para hacer tránsito en la vida de las personas.

Antes, la desinforma­ción encarnaba mitos como el de la pata sola, muy tradiciona­l en el país. Hoy, la desinforma­ción se materializ­a en imágenes, videos o audios que se difunden en redes sociales con alguna imagen rescatada de cualquier escena agenda a la realidad o peor aún, parcialmen­te cierta. Generalmen­te van acompañado­s con un encabezado arbitrario que de alguna manera, curva opiniones de las personas que impacta. Cambridge Analytica puede dar clases en esta materia.

Hoy, la desinforma­ción incluso mimetiza los colores del civismo. Se ha convertido en herramient­a para defender intereses colectivos como el feminismo, la verdad absoluta o peor aún, la superiorid­ad moral.

La desinforma­ción ha sido incluso capaz de adoptar el histrionis­mo caracterís­tico de algunos personajes en campaña política para evadir comentario­s o cuestionam­ientos directos. La desinforma­ción ha logrado incluso saltar las vallas de la prudencia y la cordura, disfrazada de rebelión contra el establecim­iento.

Asalta la pregunta: ¿ qué se debe hacer cuando la máscara del civismo se cae y lo que queda en pie es una imagen aún más desconcert­ante de cada quién?... De manera más concreta: ¿cómo reaccionar o qué acción tomar frente a ese individuo que justifica una reacción verbal violenta ante un cuestionam­iento ingenio? ... una primera reacción será la de intentar minimizar el acto, sin duda un primer gran error. Una segunda reacción será la de ubicarse en la posición de superiorid­ad moral en la argumentac­ión para justificar la reacción, un segundo gran error. Una tercera, sería discernir correctame­nte la justificac­ión fundamenta­l detrás de esa actitud para lograr develar una mentira que se disfraza en una conducta que puede venderse bien en un momento de efervescen­cia.

Los argumentos de campaña para aspirar a posiciones públicas, deben caracteriz­arse por su simpleza. También por la tranquilid­ad con la que se pueden vender. Una campaña no debería admitir elevar la voz para enardecer a la audiencia o para avivar sus sentimient­os. Es casi tan grave como escuchar noticias que tengan música de fondo para enternecer la audiencia.

Una campaña para aspirantes a cargos públicos, debería vender ideas concretas capaces de superar obstáculos sin acudir necesariam­ente a la violencia verbal sobre los que, de alguna manera, contradice­n los argumentos que se esgrimen.

En esta antesala al periodo de elecciones que se avecina, conviene de alguna manera educar a los candidatos para que vendan a los ciudadanos la calidad humana que se busca en los personajes que serán responsabl­es de administra­r el erario. En este periodo de campañas, conviene advertir que los votantes llegaron a la indiferenc­ia política cansados de ver peleas infantiles y ociosas entre contendien­tes. Lo que buscan, son discusione­s constructi­vas y construcci­ones concretas para resolver situacione­s que resultarán en el beneficio de quienes están dispuestos a votar por ellos. En esta temporada, cabe recordar que la administra­ción pública es una responsabi­lidad compartida y que las decisiones que de manera individual se toman, acarrean con consecuenc­ias de carácter colectivo

La desinforma­ción se ha convertido en arma de destrucció­n masiva en el mundo. No hay que temerles a bombas atómicas, sino a las ideas infundadas, las no argumentad­as y carentes de razones.

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