El Colombiano

MARÍA ALBERTINA, AL CALOR DE LAS PAPITAS

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Con 64 años, María Albertina Ocampo podría ser la única colombiana que espera que sus hijos le manden remesas desde Venezuela. Ella, en su tristeza, entiende lo paradójica de la situación y dice que mejor no se comunica mucho con ellos, pues cuando lo hace termina con angustia. “Nos fuimos para allá cuando era bueno, pero yo me vine cuando se puso maluco”, afirma. Y asegura que en Medellín tampoco está mejor, pues la vejez le llegó con su esposo, de 70 años, víctima de una enfermedad terminal “que se lo está consumiend­o”, y vendiendo papas fritas frente a la iglesia de San José, en la Oriental. Más que el ruido y los gases tóxicos de los carros, su mayor tortura es el calor del aceite, que le quema la piel y los ojos. “Tengo una cirugía pendiente porque estoy quedando ciega”, asegura. También padece artritis, pero todo sería más llevadero si al menos tuviera un permiso para trabajar. Dice que lleva tiempo tramitándo­lo sin resultados. María cree que un día quedará en la calle, pues vive de arrimada con su esposo donde su suegra. “Si muere mi esposo tal vez me botan y si se muere la suegra, puede pasar lo mismo”. A veces las cuentas no cuadran: paga $4.500 de guardadero del carro, $5.000 al que me lo lleva y lo trae y $4.400 de pasajes. “y a veces no hago ni pa’eso, lo máximo son $8.000”. Pese a todo, sueña que le den una casa, la pensión de vejez y el derecho a alimentars­e bien, pues pasa cada día con tintos y papitas y solo come cuando llega a la casa en las noches. “Estoy vieja, pero puedo soñar, a ver si así puedo decirles a mis hijos que se vengan”.

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