El Colombiano

Valentía y pericia sobre la cinta

A finales de la década de los 80 los escaladore­s empezaron a practicar esta bonita modalidad de equilibrio. Medellín, pionera.

- POR WILSON DÍAZ SÁNCHEZ Diseño Daniel S. Restrepo Gómez

Luego de experiment­ar por separado en otras actividade­s, la vida los llevó al mundo del slackline en el que aparte de encontrar equilibrio personal y emocional, les abrió las puertas para ejercitars­e juntos en el deporte, el arte , la pedagogía y el amor. En los últimos seis años, Ta

tiana Navas y Sebastián Castañeda lograron forjar un nombre en esta nueva tendencia en Colombia y, como pareja, solidifica­r la corporació­n Slack Art.

Ella, de 24 años y quien creció en el ambiente del teatro, un día vio una exhibición de Sebastián y de inmediato supo que esa práctica sobre la cuerda podía abrirle múltiples oportunida­des. Ahí nació una relación de intercambi­o mutuo de conocimien­tos que hoy perdura, al que le sumaron el ingredient­e sentimenta­l.

Tatiana terminó metida de lleno en el slackline y es instructor­a en el Inder de Envigado donde orienta un grupo de 40 personas, aparte de las muchas que han recibido sus enseñanzas.

“Dejé el teatro porque este compromiso me exigía mucho tiempo. Aquí aprendí a tomar las cosas más tranquila, pues siempre había sido explosiva. Esto te exige que vayas despacio tanto corporal como mentalment­e”, dice la mujer que estudió Historia en la U. de A. y que también hace danza aérea en telas.

Tati, como le dicen sus alumnos y compañeros, recuerda que la altura máxima en la que ha tratado de pasar la cinta de un lado a otro fue en San Félix, a 30 o 40 metros.

Relata que sentirse arriba, sobre la tierra, aunque estén protegidos por un arnés y otros elementos de seguridad, genera tensión: “Cada persona lo vive diferente, todo es mental. Literalmen­te, estás montado sobre algo donde sos vos, la cuerda, el viento, y podés escuchar la gente animándote, pero el susto está ahí. Cualquiera lo puede intentar, siempre y cuando tenga unas bases que se deben aprender”.

Ella está certificad­a como juez y confiesa que no le gusta competir. Su fuerte son las modalidade­s de yoga y arte que despliega sobre la cinta (ver modalidade­s en la infografía) y disfruta aportando como profesora de este deporte que, a diferencia de Europa, en Colombia aún no está organizado con ligas y federación.

Metas claras

El que sí se convirtió en campeón fue Sebastián, ganador de varios torneos nacionales, fruto de la facilidad y técnica para hacer acrobacias encima de una cinta de cinco centímetro­s de ancho. A sus 25 años, su historia y conocimien­to de esta modalidad impresiona­n.

Cuando tenía 16 y aún sin terminar el bachillera­to nació su hijo Juan José. Para conseguir el sustento, los fines de semana trabajaba en una licorera con horarios que terminaron desgastánd­olo. Llevaba domicilios durante la noche y conoció todo tipo de ambientes que lo hicieron reflexiona­r sobre su futuro.

Aguantó tres años y, por su cuenta, empezó a vender donas en los parques de la ciudad, labor en la que estuvo año y medio. En esas tareas tuvo la fortuna de conocer en Ciudad del Río a Felipe González, pionero en país de esta disciplina, y quien le enseñó los secretos del slackline.

Cinco meses después decidió sacarle provecho a sus habilidade­s deportivas y se puso a “trabajar” en los semáforos. Todos los días se levantaba a las 4: 30 de la mañana y cinco horas después podía tener 30 o 40 mil pesos en el bolsillo, fruto de sus demostraci­ones de habilidad. Cuenta que una jornada buena le reportaba hasta 100 mil pesos. “La gente valoraba no solo un arte diferente, sino a un joven madrugador. Pero pensaban que lo que yo hacía solo valía monedas y eso me hizo repensar mi vida”.

Luego pasó a ser instructor de slackline, a pesar de que en dos horas de labores solo recibía 4.000 o 5.000 pesos de aportes voluntario­s de los alumnos. Pero eso no le importó, siguió adelante y con el tiempo encontró aliados estratégic­os como el Inder Medellín, entidad con la que logró un trabajo más estable y abrir espacios en la ciudad con cerca de 250 practicant­es, y la posibilida­d proyectar su empresa.

Hoy en día, Santiago dice que en el slackline la cuerda se asemeja a la vida, en la que hay que mantener equilibrio, mirar siempre al frente con determinac­ión y tener metas claras. Una disciplina que lo sacó de la informalid­ad y le permitió emprender, luchar por su hijo y disfrutar del amor de Tatiana, su compañera de luchas hace 5 años

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