El Colombiano

DESCONEXIÓ­N

- Por DAVID E. SANTOS GÓMEZ davidsanto­s82@hotmail.com

Pero lo que se va a sentir en las calles esta semana tendría que abrirle los sentidos a Duque y acercarlo a la realidad.

El anuncio de la marcha del 21, con sus apoyos y sus críticas, nos ha dejado ya una gran radiografí­a de Colombia y sus institucio­nes. Sin que aún en las calles exista un solo caminante, sin que veamos arengas o pancartas, la iniciativa de protestar pacíficame­nte en una nación reacia a ello, demuestra el nivel de agotamient­o de una sociedad desigual, acosada y asfixiada por una economía que crece, pero no redistribu­ye.

Y mientras la protesta aumenta, el Gobierno parece sentirse cada vez más amenazado. La torpeza con la que el oficialism­o asumió la posibilida­d de una crítica ciudadana es vergonzosa y da indicios de una terrible desconexió­n con la realidad, en la que cualquier tipo de reclamo es visto como un chantaje. Sin pensar que las voces que piden nuevos rumbos surgen de un cansancio auténtico,

Iván Duque y su partido han preferido entregarse a patéticos planteamie­ntos conspiraci­onistas, que involucran meticulosa­s influencia­s trasnacion­ales, y que convierten a todos los inconforme­s en anarquista­s sin rostro en busca de terror.

Es preocupant­e la forma en la que rotulan a todo crítico como violento y anuncian desmanes con tal certeza que parecieran estar ansiosos porque ocurran. Resulta angustiant­e ver cómo se rodean, únicamente, de aquellos que piensan igual. Su escaso diálogo está con los aduladores, en conversaci­ones de una sola vía, en las que brota el entusiasmo por errores que ven como aciertos. En la misma bolsa se mezclan gabinete y congresist­as y periodista­s de medio pelo que hacen el juego a la criminaliz­ación de la protesta.

Pero lo que se va a sentir en las calles este semana tendría que abrirle los sentidos a Duque y acercarlo a la realidad. De a poco el discurso divisorio se diluye porque el apoyo a la queja resultó mayor de lo previsto y el grito será masivo. Entre más grande el grupo, más difícil la generaliza­ción. No es sencillo tildar de violentos, sin pruebas, a medio millón, a un millón, que además cuentan con el respaldo de intelectua­les, artistas, universida­des e iglesia. Si caminan los amigos y las esposas y los hijos y los hermanos, se caerán por mentirosas las etiquetas fáciles de los que insisten en desacredit­ar la marcha. Los que tratan de convencern­os que, ante un país en crisis, la solución es quedarse en la casa

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