Un gran acuerdo sin emboscar a la democracia
Una democracia fuerte no puede sentir pánico con la protesta social. Ni la deslegitima, ni muchos menos la menosprecia, la estigmatiza o la distorsiona con propaganda sustentada en el miedo. Una democracia fuerte reconoce la legitimidad de la protesta social y hace de ella una oportunidad para escuchar el latido profundo de la opinión pública, sintonizarse con los nuevos tiempos y enderezar el camino. Y dependiendo de los decibeles que alcance el coro ciudadano y la dimensión de sus reclamos, un líder visionario tiene un menú de salidas pacíficas a las crisis, que incluyen respuestas sociales efectivas a viejos problemas. En el 90, los estudiantes demostramos que sin violencia se podía lograr la más grande transformación del último siglo. En un gobierno democrático es el diálogo social el antídoto para la fiebre de los extremos políticos y el regenerador de la confianza extraviada entre la clase dirigente y las organizaciones sociales; entre el Estado y la gente. Es urgente sentar bases que hagan posible un gran acuerdo político que impidan que el país pierda el rumbo democrático, la polarización nos gane la partida y el odio nos destruya el futuro. El paro convocado por diversos actores sociales y políticos debe ser visto como una oportunidad para establecer una gran mesa de diálogo social que conduzca a un amplio consenso político. El 21N no es el día cero para incendiar a Colombia. No es el día del encapuchado que oculta su cara para demoler instituciones sino el día del ciudadano que exige fortalecerlas en clave de justicia social. Nadie que use la violencia o esté armado puede reclamar el derecho a ser escuchado. Solo quienes levanten la bandera de los cambios pacíficos pueden tener asiento en un pacto social que nos vacune definitivamente contra la epidemia que vive el vecindario incendiado.