El Colombiano

PEQUEÑAS HISTORIAS (11)

- Por DIEGO ARISTIZÁBA­L desdeelcua­rto@gmail.com

Cuando desde mi cuarto hago la cortina a un lado para fisgonear un poco la cantidad de luces encendidas del edificio de enfrente, mi mirada se topa vergonzosa­mente con alguien que desde el primer piso sale a fumarse un cigarro y a mirar, tal vez, lo que hace esa gente del frente. Con seguridad, él sabrá mejor a qué dedica las noches la señora que recienteme­nte perdió a su esposo y de quien yo apenas supe el nombre gracias a un aviso que la administra­ción puso en el ascensor para manifestar su más sentido pésame. Segurament­e él conoce mejor a quienes viven cerca de mí como yo conozco mejor, u observo mejor, a quienes viven cerca de él. Seguro él vio las veces que fueron los médicos a horas extremas para auxiliar un dolor o una agonía.

En ocasiones, cuando lo veo de pie con esa parsimonia y esa mirada tan precisa bajo la luz siempre apagada de su balcón, suelo imaginar que mi vecino es un espía contratado por un esposo celoso que le pidió que observara a su esposa mientras él viajaba. No pocas veces, y me he vuelto más atento desde entonces, he tratado de identifica­r a quién le pertenece esa culpa, cuál de mis vecinas podría causarle a su marido esa inquietud. Y es entonces cuando he pensado que puede ser esa señora que regularmen­te encuentro en el ascensor puliéndose el labial frente al espejo y no usa sostén y al despedirse me mira con mucha amabilidad. O, tal vez, aquella que veo detrás de la ventana del gimnasio, casi siempre en las noches, y quien al montarse en la bicicleta estática pareciera estar encima de un vikingo. O, voy a cuatro certezas, debe ser esa señora que una mañana mientras nadaba se me acercó y me dijo que ella quería aprender

“diversos estilos”, “un poco más de los que usted hace tan bien”, agregó, pero en ese instante, con mis gafas azules de natación y con los oídos un poco atiborrado­s de agua, no entendí muy bien a qué se refería.

Dada la situación, me pareció patético imaginar cómo resultaría ser descubiert­o por mi vecino, por mi otro yo, en el apartament­o del segundo nivel. Después de medir las consecuenc­ias, y aunque yo no era su amante, y posiblemen­te ella era soltera, decidí decirle a mi vecina del 202 desde el teléfono de la portería que no sería posible iniciar las clases de natación, un repentino invierno estaba por desatarse en Medellín

Cuando lo veo de pie con esa parsimonia y esa mirada tan precisa bajo la luz siempre apagada de su balcón, suelo imaginar que mi vecino es un espía contratado por un esposo celoso.

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