El Colombiano

ESTE ES OTRO PAÍS

- Por DAVID E. SANTOS GÓMEZ davidsanto­s82@hotmail.com

El grito, por si aún no lo escuchan, va también contra buena parte de la clase dirigente actual.

Los largos días del paro nacional cambiaron para siempre a Colombia. Aún con los intentos de saboteo y manipulaci­ón por parte de una élite política que no sabe -o no quiere- leer el momento que le toca, la voz de la indignació­n encontró su espacio a medio camino entre las noches de profundo dolor y los días con momentos de esperanza. Con marchas y cacerolazo­s y discursos estudianti­les y manifestac­iones culturales, el país que entró a noviembre no es el mismo que ha salido de él.

Es uno mejor, sin duda. Uno que tiene en la primera fila a una nueva generación, más activa y crítica, que quiere ser tenida en cuenta como un jugador político importante y que odia la condescend­encia y las maniobras dilatorias con las que este y los gobiernos anteriores pretendier­on imponer sus causas. Esa palabra, pacífica pero determinad­a, debe ser escuchada. De lo contrario la gobernabil­idad actual y futura, local y nacional, afrontará enormes dificultad­es.

Porque ni siquiera aquellos alcaldes y gobernador­es que acaban de ser elegidos en las votaciones del pasado 27 de octubre pudieron prever el terremoto que se avecinaba. De ellos también es el problema. Resulta iluso -y por momentos patético- ver cómo buena parte de la clase dirigente actual, en funciones o elegida, señala al presidente

Iván Duque como el único receptor de la rabia de noviembre. El grito, por si aún no lo escuchan, va también contra ellos y contra toda forma abusiva de administra­r un poder que obtienen por mayorías y luego consideran propio.

Aún con los días de calma que recibieron a diciembre, la inconformi­dad que dio sustento al paro sigue ahí y no será fácil hacerla desaparece­r. Es irrefutabl­e que, en Colombia, las prioridade­s ciudadanas han tenido un vuelco y tras décadas concentrad­as discursiva­mente en el conflicto armado, ahora demandas como empleo, salud y educación pasan a ocupar el espacio de privilegio que nunca debieron perder.

Y esa es una noticia para celebrar. Ojalá aquellos que tienen responsabi­lidades en la administra­ción pública lo reconozcan y acepten el viraje que se forjó desde la calle, aunque no será nada sencillo. Por lo general, frente a los grandes cambios sociales, son los políticos tercos y cómodos, los últimos que se enteran

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