ESTE ES OTRO PAÍS
El grito, por si aún no lo escuchan, va también contra buena parte de la clase dirigente actual.
Los largos días del paro nacional cambiaron para siempre a Colombia. Aún con los intentos de saboteo y manipulación por parte de una élite política que no sabe -o no quiere- leer el momento que le toca, la voz de la indignación encontró su espacio a medio camino entre las noches de profundo dolor y los días con momentos de esperanza. Con marchas y cacerolazos y discursos estudiantiles y manifestaciones culturales, el país que entró a noviembre no es el mismo que ha salido de él.
Es uno mejor, sin duda. Uno que tiene en la primera fila a una nueva generación, más activa y crítica, que quiere ser tenida en cuenta como un jugador político importante y que odia la condescendencia y las maniobras dilatorias con las que este y los gobiernos anteriores pretendieron imponer sus causas. Esa palabra, pacífica pero determinada, debe ser escuchada. De lo contrario la gobernabilidad actual y futura, local y nacional, afrontará enormes dificultades.
Porque ni siquiera aquellos alcaldes y gobernadores que acaban de ser elegidos en las votaciones del pasado 27 de octubre pudieron prever el terremoto que se avecinaba. De ellos también es el problema. Resulta iluso -y por momentos patético- ver cómo buena parte de la clase dirigente actual, en funciones o elegida, señala al presidente
Iván Duque como el único receptor de la rabia de noviembre. El grito, por si aún no lo escuchan, va también contra ellos y contra toda forma abusiva de administrar un poder que obtienen por mayorías y luego consideran propio.
Aún con los días de calma que recibieron a diciembre, la inconformidad que dio sustento al paro sigue ahí y no será fácil hacerla desaparecer. Es irrefutable que, en Colombia, las prioridades ciudadanas han tenido un vuelco y tras décadas concentradas discursivamente en el conflicto armado, ahora demandas como empleo, salud y educación pasan a ocupar el espacio de privilegio que nunca debieron perder.
Y esa es una noticia para celebrar. Ojalá aquellos que tienen responsabilidades en la administración pública lo reconozcan y acepten el viraje que se forjó desde la calle, aunque no será nada sencillo. Por lo general, frente a los grandes cambios sociales, son los políticos tercos y cómodos, los últimos que se enteran