LOS VIEJOS CACIQUES
Los viejos caciques empotrados en el Congreso de la República no quieren percatarse de que presidentes de avanzada edad –como Sanclemente y Marroquín– pasaron de moda. Siguen añorando esos tiempos del chocolate santafereño, oloroso y parveado.
Los melancólicos partidarios de la gerontocracia no conciben que jóvenes estén al frente de los destinos de gobierno. Cada día colocan trampas, levantan muros, echan zancadillas para intentar malograr la gestión de hombres jóvenes en edad pero maduros en conocimientos de la cosa pública.
Hace pocos días leíamos una carta en El Tiempo, enviada por una extranjera, Mary Louise
Spencer, que lleva 52 años viviendo en Colombia. “Me intranquiliza”, decía, “la actitud de los partidos políticos que en vez de tratar de sacar al país adelante, parecieran meter palos en la rueda al mandatario”. Y luego agrega: “Estamos hastiados de las divisiones políticas y el partidismo por encima del amor patrio”. Recoge la preocupación, el escepticismo y la queja de madres, esposas, viudas, hijas, que no ven muy claro y despejado el panorama social y de orden público nacional.
El mismo establecimiento sostenido por un sistema cuarteado, no ha sido categórico en un decidido apoyo al presidente Duque. Está lleno de vacilaciones y egoísmos. No resaltan hechos tan positivos como que el incremento de la economía colombiana es la más alta en Latinoamérica y está muy por encima del promedio de crecimiento de la región. Olvidan la responsabilidad que tiene de coadyuvar a una política social que aproveche ese crecimiento para recortar las desigualdades –acrecentadas en gobiernos anteriores– en lugar de formular críticas solapadas por la carencia de burocracia. El país politiquero supone que todo lo merecía sin responsabilidad alguna de país. Que todos los hilos del poder son para su exclusividad y explotación.
Una visión errada y caduca de todos los capataces del manzanillismo y las hegemonías, que no soportan el cambio y menos la evolución generacional. El elogio que le hizo Orlando Ayala, el hombre fuerte de Bill Gates, al presidente Duque al presentar el informe de la Misión de Sabios, al reconocer sus cualidades para entender y desarrollar ciencia y tecnología y que bajo su gestión y dirección están dadas las condiciones para entrar en el progreso y la modernidad, deja sin piso a sus malquerientes que lo tachan de inepto, así como a los nostálgicos del clientelismo. Consciente de eso, Duque comprende no solo su misión de introducir buenas prácticas de Estado, sino recuperar la gobernabilidad –sin copiosas dosis de mermelada parlamentaria– restructurando su gabinete, con base en un gran Acuerdo Nacional sobre principios y acciones éticas y pragmáticas, ratificando a los ministros que saben de su oficio y nombrando otros con suficiente espuela política para ensordecer a los profetas de desastres.
Duque insiste en implantar un estilo de gobierno depurado, moderno. Quiere hacer de la trasparencia, la coherencia y la vigencia de la ley, la nueva política colombiana. Y lograr la estabilidad política a través de consensos que no impliquen quebrantar la ética en la política. Es una meta tan ambiciosa que para muchos pesimistas sería como alcanzar la cuadratura del círculo
Los melancólicos partidarios de la gerontocracia no conciben que jóvenes estén al frente de los destinos de gobierno.