El Colombiano

ENVEJECER CON VIRGILIO

- Por ÓSCAR DOMÍNGUEZ oscardomin­guezg@outlook.com

El médico

Arango levita Alberto Publius cuando Betancourt Virgilius recita al poeta latino

Maro, simplement­e Virgilio. Lo mismo le sucede cuando evoca a sus adorados Horacio, Ovidio, Séneca, San Jerónimo,

san Isidoro de Sevilla. Con ellos sostiene diálogo permanente; con ellos envejece y rejuvenece a diario.

Parece que Albertico, como le decían las hermanas de la Presentaci­ón de Abejorral que le enseñaron a maridar vocales y consonante­s, hubiera gateado en latín. A quienes lo visitan en su gerontocom­io los atiende en griego, francés e inglés.

Su mínima “Autobiogra­fía novelada” es una delicia. El seminarist­a que ahorcó la sotana para hacerse médico y docente de la Universida­d de Antioquia, escribe en un antiguo y a la vez moderno castellano.

Su prosa no tiene presa mala. Tampoco su conversaci­ón que matiza con sutiles dosis de humor. Por respeto, el médico Alzheimer se mantiene a distancia. De sus achaques físicos se encargan sus médicos y el ángel de la guarda femenino que le cuela el aire.

A los 97 años que cumplió el 7 de febrero “con todas las luces encendidas”, el obstetra y ginecólogo sorprendió con el libro “Aprendamos latín con Virgilio. Latine loquamur Virgilio”. Editó la imprenta de la Universida­d de Antioquia, con prólogo de Andrés Este

ban Acosta.

“Dedico este pequeño esfuerzo a la memoria de mi madre, la más bella entre todas las mujeres, quien con su sabiduría me llevó de su mano por los campos virgiliano­s”, escribió el docente en el área de literatura y lenguas antiguas del Instituto de Filosofía.

Y como llora viendo pasar el metro, menciona a su madre y se le alborota el Edipo que lleva dentro. Lo mismo le sucede al recordar a su esposa.

En la pequeña obra, Betancourt traza un breve pero contundent­e retrato de su amado Virgilio, de cuna humilde como la suya. Si se “ahogaran” en otro diluvio universal o algún Eróstrato trasnochad­o destruyera las Bucólicas, la Eneida y las Geórgicas, no habría problema: Betancourt las tiene en su disco duro.

Suele contar que en un retorno a Abejorral disfrutó del crepúsculo que describe Virgilio en la primera Égloga: “Ya a lo lejos se ven humear los tejados de las casas y las sombras mayores amenazan con precipitar­se desde lo alto de los montes”.

Digamos adiós con este pensamient­o virgiliano que parece escrito para él: “Jam senior, sed cruda deo viridis

que senectus” (= Estaba viejo, pero su vejez era lozana como la de un dios)

Su mínima “Autobiogra­fía novelada” es una delicia. El seminarist­a que ahorcó la sotana para hacerse médico, escribe en un antiguo y a la vez moderno castellano.

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