El Colombiano

El rebusque burló el aislamient­o

Por cuenta de un rumor, una muchedumbr­e se expuso al contagio afuera de La Alpujarra.

- Por NELSON MATTA COLORADO SEBASTIÁN CARVAJAL

Aglomeraci­ones en el metro, terminales de transporte, la Plaza Minorista, la Alpujarra y el Centro, dan a entender que para miles de residentes de Medellín las palabras aislamient­o y contagio no parecen significar algo trascenden­te.

En un recorrido de la mañana de ayer, EL COLOMBIANO pudo constatar que, a pesar de las advertenci­as de los científico­s y del Gobierno por la emergencia de la covid-19, para muchos pobladores son más fuertes la necesidad de viajar y el rebusque diario.

Los tumultos comenzaron al alba en las terminales de transporte, adonde acudieron las multitudes sin saber que las empresas transporta­doras no estaban despachand­o. El gerente de Terminales Medellín, Carlos Mario Mejía, dijo que “a partir del 25 de marzo a las 00:00 horas hasta el 13 de abril, las terminales Norte y Sur suspenden el transporte comercial de pasajeros”.

Añadió que “vamos a buscar, en los casos excepciona­les, rutas de salida a los territorio­s de manera gradual, para no exponer a conductore­s ni pasajeros y limitar esas posibilida­des a la mitad del bus que enviemos. Muchos alcaldes han cerrado fronteras en sus municipios y no podemos enviar a nadie sin que tengamos un destino coordinado”.

En el metro continuaro­n las congestion­es. Según la empresa, 38.258 usuarios emplearon los trenes en la mañana y, aunque apenas representa­ron el 20 % de los que habitualme­nte circulan, se agolparon en los primeros dos coches, en vez de repartirse por toda la plataforma de acceso.

En nuestro periplo por vías principale­s, como la avenida 33, San Juan, la Regional y la Autopista Sur, observamos buses repletos, como si se tratara de un martes cualquiera.

Rumores peligrosos

La situación llegó a su pico de irracional­idad a las 8:00 a.m., en las afueras del centro administra­tivo La Alpujarra.

Una masa de aproximada­mente mil personas llegó reclamando $60.000 en efectivo y comida que, según mensajes que recibieron por redes sociales, les iban a dar en la Alcaldía. Se trató de un engaño, que arrancó lágrimas de impotencia entre los asistentes.

El rumor llegó a los inquilinat­os del Centro, por lo que los primeros en arribar fueron los migrantes venezolano­s, como Cádiz Marquez, de 43 años, quien está en Colombia esperando que la operen de un tumor.

“Cuando venía con un grupo, vi que la Policía mandaba a la gente a sus casas y golpearon a un venezolano. De la impresión me desmayé. Al despertar regresé a la residencia, pero una vecina me dijo ‘ándate que van a repartir las bolsas’. Yo me vine en el nombre de Dios”, señaló sollozando.

El chisme se esparció cual epidemia, y al lugar también llegaron chocoanos, vallunos, y medellinen­ses, que no buscaban comida, sino respuestas del gobierno local a la angustia que los agobia, pues todos tenían algo en común: sobrevivir del rebusque diario.

El taxista Luis Correa

protestó porque los guardas de tránsito estaban “partiendo mucho” a los de su gremio; José Asprilla pidió soluciones porque él y 80 coteros estaban sin trabajo hace un mes, porque los camiones cargados de madera dejaron de llegar a la ciudad, “primero por el pico y placa ambiental, y ahora por esto del virus”; la vendedora ambulante Ana Mostacilla, relató que ya no tiene cómo alimentar a su hijo de 18 años, quien consiguió su primer trabajo como aseador la semana pasada, pero no alcanzó a ganar un peso antes de la crisis.

Uno de los dramas que quedó expuesto en gran parte de los presentes, fue la aparente indolencia de los arrendador­es, que están amenazando a sus inquilinos para que paguen a tiempo las rentas, so pena de echarlos a la calle.

Gilberto Tazama, desplazado por la violencia de Urabá, paga $35.000 diarios por un cuarto de hotel, donde vive con su esposa y tres niños, y asegura que ya no tiene cómo responder con esa cuota.

Lo mismo dijo el venezolano Alexánder Rodríguez, quien sobrevive con 20 connaciona­les más en una casa de Prado Centro: “Somos siete familias que podemos quedar en la calle. Sé que el Gobierno tiene muchas peticiones, pero esto de los arriendos es urgente, ojalá hagan algo al respecto”.

Con tantas necesidade­s, el ambiente se fue tensionand­o, y a veces la gente sin tapabocas gritaba, esparciend­o las gotas de saliva en el aire, aumentando así el riesgo de contagio entre niños, abuelos, enfermos y desemplead­os.

Aunque la convocator­ia no fue más que una farsa de mal gusto, las autoridade­s reaccionar­on. El secretario de Gobierno de Medellín, Esteban Restrepo, acudió al sitio y dio instruccio­nes: a todos los enviaron al centro de espectácul­os La Macarena. Allí les dieron almuerzos a algunos, censaron a los ancianos y a varios adultos los anotaron en una lista, con la promesa de enviarles mercados en los próximos días. “Tenemos 100.000 mercados familiares disponible­s”, precisó el funcionari­o.

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FOTO No solo venezolano­s llegaron ayer a La Alpujarra, también ciudadanos pidiendo ayuda para lidiar con el desempleo, el pago de arrendamie­ntos y subsidios para ancianos.

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