LA RESURRECCIÓN
Yo me transfiguro en lo que espero durante todo el día. Dime qué esperas y te diré quién eres. Quien así me habla, me está tendiendo la mano, y si soy yo a mí mismo, tanto mejor. Maravilloso descubrir la calidad de lo que soy por lo que espero.
La esperanza es de lo que no se posee. Esperar es anticipar futuro en presente. Espero dinero, prestigio, poder y placer, en eso me transfiguro. No espero nada, en eso me transfiguro. Espero a Dios, me vuelvo divino, Dios por participación.
Si espero resucitar, la resurrección está aconteciendo sin cesar en mí. Resucitar no es revivir un cadáver, es alcanzar en cuerpo y alma vida en plenitud, que es Dios. Y así, la oración entendida como cultivo de la relación de inmediatez de amor con Dios, es ejercicio de resurrección. Orar así es saber por experiencia qué es resucitar, qué es la resurrección.
Soy un ser de compleja unidad de cuerpo y alma, distinguibles, no separables. Voy naciendo, viviendo, muriendo y resucitando simultánea y dinámicamente en cuerpo y alma. Al nacer comienzo a morir y resucitar, y al morir y resucitar acabo de nacer, sabiendo que desde mi nacimiento todo tiene en mí sentido de unidad y eternidad.
El capítulo once del evangelio de Juan trae el relato de la resurrección de Lázaro. El lector, según el paradigma de la cultura ambiental, entiende la resurrección de Lázaro como revivir un cadáver. Pero si le presta atención al texto, se encuentra con una sorpresa deslumbrante al leer que Jesús afirma: “Yo soy la resurrección y la vida… y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás” (Jn 11,25.26).
Si me detengo en esta afirmación de Jesús, doy a mi vida un cambio de mejoramiento radical, el de interesarme en cultivar con esmero mi armonía de cuerpo y alma, sabienndo que, desde el nacimiento, to, vivo como orante de modo di-dinámico la resurrección, Dios aconteciendo en mí.
Hago bien en tomar conciencia de que el coronavirus me está dando un golpecito en el hombro para que me apersone de quién soy, qué camino recorro y adónde me encamino, y que mi vida entera es la tarea encomendada por mi Creador para colaborarle en su obra creadora amando todo, comenzando por mí mismo, sin apego a nadie ni a nada.
Decido vivir cultivando la esperanza en la resurrección de los muertos con esmero constante, sabiendo que es éste el acontecimiento que dura por toda la eternidad, el Creador haciendo divinas a todas sus criaturas con su amor divino
Hago bien en tomar conciencia de que el coronavirus me está dando un golpecito en el hombro para que me apersone de quién soy, qué camino recorro y adónde me encamino.