DE HORMIGAS Y HOMBRES
La piedra filosofal de todo está en la naturaleza. A la vista y al alcance. No hay más que detenerse a observar. Desde los insectos a los grandes depredadores se extraen lecciones de cómo debemos enfrentar la vida. Las hormigas, por ejemplo, ejemplifican todas las virtudes del trabajo societario, estratificado y orientado a un solo fin: la supervivencia de las reinas y la expansión de la colonia. Su éxito las ha llevado a colonizar casi todas las zonas terrestres. Pero para quienes defienden ese modelo de sociedad en el que el individuo no representa más que una función es necesario hacer alguna puntualización.
La primera es que para que la colonia prospere, todas las hormigas deben aceptar el papel que la naturaleza les ha encomendado. Las que nacen obreras, morirán obreras. Y las que nacen reinas, jamás serán obreras. Así pues, este modelo societario parte de la aniquilación del mayor logro evolutivo del ser humano: la percepción de su propia individualidad y de la importancia de la misma. Sin esa cualidad -la apreciación del yo-, el ser humano solo habría logrado adaptarse y perdurar, con éxito como en el caso de las hormigas, pero poco más. Jamás habría evolucionado hasta poner un pie en la Luna.
Desde tiempos inmemoriales ha habido quienes han defendido las bondades de estas sociedades que renuncian a los derechos de los individuos en beneficio, supuestamente, del bien común y de la supervivencia de la colmena. Desde el faraónico Egipto, capaz de armar todo un cuerpo místico-religioso focalizado en afirmar la deidad y superioridad de la “hormiga reina”, hasta los sistemas feudales y las monarquías absolutistas, decenas de teorías filosófico-políticas han tratado de “esclavizar” al individuo.
Incluso hoy vivimos tiempos en los que nuestras libertades se ven amenazadas por quienes siguen defendiendo la primacía de la sociedad sobre el individuo. Por aquellos que consideran que la naturaleza e instintos animales priman en el ser humano y son, además, perjudiciales. Por tanto son necesarias las restricciones “sociales” a esos instintos “negativos”, como la avaricia. Curiosamente, quienes defienden que el ser humano es malo por naturaleza suelen exceptuarse a ellos mismos. Un signo que debería hacernos recelar aún más de todas aquellas teorías que sustituyen a faraones, nobles y reyes por el “papá Estado”. La sociedad por encima del individuo, llevada a su máxima expresión en nuestros tiempos en la figura del dictador, del partido único o del pensamiento único, sigue amenazando el progreso. Debemos tener cuidado porque China, Cuba, Venezuela o Corea del Norte ya no están tan lejos.
Aprovechando la pandemia, las castas políticas de izquierdas y sus ideólogos, los mismos que crearon a Amón, a Ra o a Horus para justificar la esclavitud del pueblo, pretenden hacernos tragar la farsa de que ha llegado el fin del capitalismo y la globalización. Nos venden que hay que subir los impuestos, sobre todo a los ricos -entendiendo por ricos a cualquiera con capacidad de ahorrar e invertir- y que las empresas deben pagar más por sus beneficios, hasta exprimirlas. Esa es la ecuación básica que nos muestra cualquier tiranía actual.
Esos magos y gurús de la izquierda solo quieren una cosa: crear una sociedad en la que solo ellos y los suyos vivan tumbados como hormigas reinas mientras los demás aceptamos nuestro destino, ser sus esclavos.
Por eso, cuidado queridos lectores. Porque todo empieza por leyes para restringir la libertad y por más impuestos para asfixiar y acabar con el ahorro y la iniciativa privada, la que crea empleo. Se somete así a la sociedad, que pasa de vivir libre a vivir asistida por el Estado. Y de ahí, a supeditar los derechos individuales al fin colectivo.
Admiro a las hormigas, pero admiro más mi yo internacionales, para regular las relaciones entre los hombres, porque estas son puramente económicas y se determinan por el beneficio.
Para Polanyi, “un mercado autorregulado no podría existir sin destruir físicamente al hombre y transformando su ambiente en un desierto”. Esto es efectivamente lo que hizo el capitalismo inglés en el siglo XIX y lo que ha hecho el neoliberalismo mediante la destrucción o debilitamiento de todas aquellas instituciones sociales que protegían a los trabajadores y a la sociedad como los sindicatos, los subsidios, los derechos sociales. Esto implicó que la sociedad, es decir, la masa de los trabajadores, los campesinos, los pequeños comerciantes quedaran completamente desprotegidos.
En esta situación estaba “el trabajo” en el capitalismo contemporáneo cuando surgió la pandemia del covid-19. La globalización neoliberal había creado un “precariado global” formado por millones de personas en todo el mundo que carecen de seguridad social. Uno de estos grupos precarizados es el de la salud que lleva años sometido a la lógica de la rentabilidad y a la paulatina destrucción de las condiciones de seguridad social para médicos, enfermeras. Mediante la privatización de clínicas y hospitales la salud quedó en manos de los mecanismos del mercado. Las graves deficiencias en la atención a los contagiados en muchos lugares del mundo, la incapacidad para hacer pruebas masivas, han incrementado el número de fallecidos. Por estas razones, la salud debería quedar protegida de la mercantilización. Si no se quiere que el capitalismo liquide a la humanidad, deberá subordinarse a los requerimientos de la naturaleza del hombre en varios ámbitos: salud, trabajo, democratización de las empresas y protección de la naturaleza. Esto significa que el sistema económico tendría que quedar nuevamente anclado en el sistema social, lo que quiere decir que el capitalismo ya no se basaría en el mercado, sino que tendrá una base distinta