“Las cifras confirman que el continente avanza con rapidez a ser el centro de la pandemia. Brasil y Perú, vecinos nuestros, registran un aumento alarmante de casos. Colombia debe estar atenta”.
Las cifras confirman que el continente avanza con rapidez a ser el centro de la pandemia. Brasil y Perú, vecinos nuestros, registran un aumento alarmante de casos. Colombia debe estar atenta.
Las cifras muestran que Estados Unidos empieza a quedarse atrás y que Brasil, en Latinoamérica, se convierte en el foco continental de la pandemia. País de una extensa frontera con Colombia, que sufre hace dos semanas un registro alarmante de contagios en la Amazonia.
Perú, Chile y México, están en la lista creciente de infectados. Las estadísticas muestran que Colombia, Panamá y Guatemala empiezan a sentir la expansión del virus. Esas referencias deben servir para mantener la advertencia de que los picos de la infección todavía no están definidos en nuestra nación, donde durante el puente festivo se contaron 1.000 infecciones diarias en promedio.
No se trata, pues, de un estado calamitoso del vecindario para contemplar con pasividad, sino de una alarma general que dice que Colombia debe persistir en las medidas de cuidado y en las campañas de cumplimiento de los manuales y protocolos de bioseguridad. Y con mayor razón a medida que se retoman las actividades productivas y se haga realidad la necesaria reactivación económica: hay que afinar los mecanismos de control mediante el confinamiento preventivo de quienes no desarrollen actividades esenciales, con cerco epidemiológico a los casos reportados, la limitación del transporte público y las campañas de comunicación de control de base.
Nada se habría conquistado en el “aplanamiento de la curva de infectados” en los dos meses anteriores si ahora, como lo muestran los indicadores, se cae en el relajamiento de los controles y en una sensación social de que se superaron las amenazas del coronavirus, con sus daños sanitarios, económicos y sociales.
Brasil y México, con el ejemplo laxo y del poco interés de sus gobernantes, no tomaron las medidas necesarias y oportunas y ahora se evidencia la indisciplina incluso “liderada” por sus presidentes. El caso de Perú es diciente por el rechazo cultural y la falta de conciencia ciudadana.
Colombia debe tomar nota de lo ocurrido: a la decisión de la dirigencia, de actuar y aplicar medidas que resultan impopulares pero que han sido eficaces, se deben sumar la voluntad social, de las comunidades, el compromiso de la gente con la idea de que las condiciones sanitarias no son siempre suficientes (en ningún país) para desactivar el virus.
No es un mito que los sitios de concurrencia pública que han permanecido abiertos, o sin los controles necesarios, se han convertido en focos de contagio: plazas de mercado, megaobras públicas (inquietan los 146 casos de Hidroituango, en Antioquia), Transmilenio y el SITP, en Bogotá y los centros de vida económica como puertos y plazas: Cartagena.
La expansión de la covid-19 en Latinoamérica no es un asunto menor: hay claridad respecto de las limitaciones de los sistemas de salud, de la falta de recursos financieros y de la altísima informalidad económica que pone a millones de ciudadanos a ser blancos fáciles del virus en las calles. Hay solo dos casos que saludar, Uruguay y Paraguay, muy rigurosos desde el inicio mismo de la emergencia.
La OMS tiene claro y ha advertido sobre la creciente crisis en Latinoamérica. Por eso Colombia debe persistir en el prudente modelo de reactivación, como lo ha programado el presidente Iván Duque, inteligente, gradual y planificado. Con movimiento de la economía y el empleo pero con la salud por encima de todo.
No es hora de desconocer la tremenda y dañina penetración del virus en la salud y las economías mundiales. El aumento relativo de los contagios y las muertes ronda el 2 %, según la Organización Panamericana de la Salud. Suficiente para entender que aun no hay victoria sobre la enfermedad.