Volveremos a los ensayaderos
Solo bastaba un par de llamadas y tratar de poner de acuerdo a tres, cuatro, cinco y hasta más ansiedades para el encuentro musical. Eso era lo más difícil, siempre era complejo coincidir en la hora y en el día, pero cuando todo era luz verde, las ansiedades se sumaban y se convertían en anhelo.
Los abrazos de saludo, la cerveza, los instrumentos en hombros, las risas y la alegría por el encuentro. Todo desembocaba de manera perfecta, con energía y banda sonora en un pequeño cuarto sofocante, con una batería en el fondo, un aire acondicionado en la parte superior de la pared, cables regados por todo el piso, amplificadores generando estática, y un reloj que empezaba a contar, peso a peso, canción a canción.
La batería en primer plano, sonando fuerte rebotando en las paredes, la guitarra, afilada y brillante, ajustando su afinación LA 440 HZ. El bajo robusto y encajonado y unos micrófonos envueltos en un delay eterno.
El recuerdo
Canción tras canción, parar, empezar, corregir y disfrutar la música en su estado más mágico y simple, sin lentes oscuros, sin luces como papagayos, sin aplausos de aprobación y con toda la sinceridad de sus creadores.
Al final, luego de dos horas de temas, risas, sudor y amistad encerrada en cuatro paredes vaporosas, tocan la puerta, un rostro se asoma. Una canción más muchachos.
Se acaba, se guardan los instrumentos, las melodías y las nuevas creaciones quedan como un sonsonete eterno durante el día y la noche. Entre todos recogen para pagar las horas de música. Y así, hasta el próximo encuentro, cuando nuevamente coincidan las ansiedades y las canciones tengan más corazón que el tiempo robado por el trabajo.
Esa es la dinámica poética y natural de los ensayaderos, los cuarteles maravillosos, necesarios y creadores del ensamble musical.
Y es que por estos días hay cosas que hacen falta. Los abrazos de mamá, las reuniones con amigos en un bar o en un parque, ir al trabajo sin un tapabocas, disfrutar del campo, de los conciertos, de las obras de teatro y el cine. Pero también nos hace falta el calor de esa sala de 4 por 4 metros, las cuerdas reventadas, las canciones que nunca saldrán a la luz, los baquetazos, la distorsión, el sonido íntimo de canciones secretas y el típico “no puedo, tengo ensayo”, para evadir cumpleaños, fiestas, reuniones y hasta los mismos conciertos. La música está en silencio, lo ensayaderos tienen las luces apagadas, y desde ahora, no vemos la hora de volver a tomar guitarras y bajos prestados, para hacer nuestra música propia. Volveremos...