El Colombiano

ENIGMÁTICO ESCRITOR

- Por DIEGO ARISTIZÁBA­L desdeelcua­rto@gmail.com

Esta semana, en el suplemento cultura de La jornada de México, la portada y un par de artículos estuvieron dedicados a un escritor mexicano que, como dicen, se ha leído poco y mal, “injustamen­te para él y en perjuicio de sus no-lectores”.

Francisco Peláez Vega nació en 1911 en Ciudad de México, fue portero del Club Asturias y una revista deportiva de la época lo definió en su portada como “el portero de más clase en México”. Se retiró de las canchas porque en un partido alguien le clavó los guayos en los riñones. Con su retiro, y en sus avances de escritura, llegará el matrimonio con la bellísima Carmen Farrell y empezará a firmar sus obras como Francisco Tario. “Tario”, es una palabra tomada de una lengua prehispáni­ca, la purépecha, y, según él mismo, significa “lugar de ídolos”.

Hasta esta semana, yo era parte de esos no-lectores de Tario, pero desde hacía años su libro “La noche”, rondaba mis días y mi estudio. Un amigo muy querido, creo que el único barbadense en Medellín, me había prestado ese libro, editado por Atalanta. Me dijo que a él le habían gustado todos los cuentos, además de sentirse fuertement­e atraído por la portada, pero me recomendó de manera muy especial: “La noche del féretro”, “La noche del buque náufrago”, “La noche del perro” y “La noche del traje gris”.

El libro dormía debajo de esos relojes que me gustan mucho, pero que no suelo usar. Y esto, ahora lo entiendo, pudo ser una antesala a la comprensió­n de este escritor que su vecino Octavio Paz calificarí­a como un autor raro o marginal de las letras mexicanas y, en el universo de Julio Cortázar podría ser un cronopio auténtico.

Por alguna razón, cada que me disponía a leer “La noche” otro libro pasaba. De vez en cuando, mi amigo me preguntaba si había podido leerlo y yo no tenía más remedio que decirle: “Nada”, y la conversaci­ón seguía tranquila por otros vericuetos. Cuando uno presta los libros, en parte, debe pensar que un préstamo puede durar toda la vida.

Pero a todo libro le llega su lectura, y esta semana, casualment­e abrí las páginas de “La noche” y pensé, “cómo me perdí de esto tanto tiempo”. Después de leer los cuentos de Tario uno no puede volver a ver la noche, los fantasmas, las cosas, el mundo en general de la misma forma, algo te habla, algo te susurra si abres el clóset, si miras al cielo o si te vas a poner un traje altruista, impuro, ofensivo o gris que fácilmente puede ser un asesino. Sugerencia, cuando lea a Francisco Tario, ponga los nocturnos de Chopin

Pero a todo libro le llega su lectura, y esta semana, casualment­e abrí las páginas de “La noche” y pensé, “cómo me perdí de esto tanto tiempo”.

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