El Colombiano

MI VERDADERA INTIMIDAD

- Por HERNANDO URIBE C., OCD hernandour­ibe@une.net.co

Hablar del Espíritu Santo es hablar de la intimidad, del yo, del más íntimo yo. Es hablar de la intimidad de todo, de la piedra, del árbol, del pájaro, del hombre, de Dios.

Un amigo es maravillos­o. Con él comparto la intimidad, yo la mía con él, él la suya conmigo. Su intimidad, lo que me deja cuando se va. “Aquí quedó sonando el aire puro / cuando te fuiste, cadencioso dejo / hay en las lejanías del espejo / y suena como un arpa todo el muro”.

Prestar atención a mi intimidad es verme comprometi­do a ser el mejor amigo de mí mismo. Tarea que el hombre del siglo XXI tiene por emprender, pues cada vez aparece con más claridad que nadie tiene tiempo para sí mismo, simplement­e por no proponérse­lo porque sucumbe al embeleso de los medios de comunicaci­ón.

Toda cosa tiene su intimidad, comenzando por la piedra, que tiene intimidad de piedra, algo que tenemos por descubrir, admirar y cultivar. La delicia que por amar la piedra, sintonice y comparta con ella su intimidad.

La intimidad pertenece a Dios ante todo, con nombre propio, Espíritu Santo. De modo que cuando yo cultivo mi intimidad, participo, aun sin darme cuenta, de la intimidad divina, es decir, del Espíritu Santo. Y mi sorpresa es enorme, la de darme cuenta de que mi intimidad es el Espíritu Santo acontecien­do en mí.

Hablar del Espíritu Santo como de la intimidad, es hablar de lo que no se puede tocar porque es inespacial e intemporal, y está, por tanto, más allá del alcance de los cinco sentidos, y se manifiesta en ellos en la medida en que yo hago las cosas con espíritu, es decir, con gusto, con entusiasmo. Cuando yo miro, escucho o hablo con espíritu estoy manifestan­do mi intimidad, que es el Espíritu Santo acontecien­do en mí.

La secuencia de Pentecosté­s dice: “Entra hasta el fondo del alma.” En realidad, el Espíritu no entra hasta el fondo del alma, él es la intimidad del alma. Y por eso, cuando yo entro en mi intimidad, me encuentro con él, mi verdadera intimidad.

Del cultivo que hago de mi intimidad depende el modo de presencia de la intimidad divina en mí, el Espíritu Santo. Cada gesto mío hecho con espíritu tiene el sello de la espiritual­idad, el sello de la presencia del Espíritu Santo acontecien­do en mí.

El poeta místico cantaba delirante la llama de la intimidad, el Espíritu Santo: “¡Oh llama de amor viva / que tiernament­e hieres / de mi alma en el más profundo centro!”

La intimidad pertenece a Dios ante todo, con nombre propio, Espíritu Santo. De modo que cuando yo cultivo mi intimidad, participo, aun sin darme cuenta, de la intimidad divina, es decir, del

Espíritu Santo.

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