El Colombiano

CARNE DE MINISTRO

- Por ALBERTO VELÁSQUEZ MARTÍNEZ redaccion@elcolombia­no.com.co

El gobierno necesitará un ministro del Interior hábil, experiment­ado y brillante para afrontar debates políticos planteados por parlamenta­rios sofistas, ávidos de comer carne ministeria­l.

En toda democracia existe la oposición. En Colombia, no pocas veces, se ha ejercido agresiva y despiadada­mente. Sobre todo en los años de las hegemonías partidista­s. En medio de amenazas y gritos hostiles, el Congreso de la República eligió, a mediados del siglo XIX, como presidente al liberal radical José

Hilario López, en contra de las mayorías conservado­ras atemorizad­as y desunidas al momento de votar. Más tarde, a mitad del siglo XX, las amenazas y las muertes en pleno debate dentro del recinto de la Cámara, obligaron al presidente Ospina Pérez a cerrar el Congreso invocando el artículo 121 de la Constituci­ón entonces vigente.

En el transcurso del Frente Nacional la oposición no tuvo mucho poder debido a que las mayorías de los congresist­as pertenecía­n a los dos partidos tradiciona­les que se alternaban el poder y la comodidad sellada en matrimonio burocrátic­o. Ya a finales del siglo XX, la oposición se fue recalentan­do. Las pasiones y sectarismo­s afloraron. La criminalid­ad del narcotráfi­co, del paramilita­rismo y la guerriller­a, irrumpió para cobrar vidas de candidatos presidenci­ales. Y en lo que va corrido de este siglo XXI, como consecuenc­ia esencialme­nte de la debilidad del bipartidis­mo, se fortalecie­ron los grupos antisistem­a y las extremas izquierdas, que buscan por todos los medios el poder. El Acuerdo con parte de las Farc polarizó el país entre amigos y “enemigos” de la paz. Esa división maniqueíst­a agudizó la radicaliza­ción hasta extremos insospecha­dos.

Los grupos de extrema izquierda se han vigorizado. Capitaliza­n la debilidad del establecim­iento que devora a sí mismo como Saturno a sus propios hijos. Escándalos y corrupción se tragan a la administra­ción pública. Las altas cortes son un hazmerreír por sus incongruen­cias y alcahueter­ías. La justicia se quitó las vendas de sus ojos y su balanza la dejó ladear para un solo lado. Los dos partidos, liberales y conservado­res, que se alternaron y manejaron el país desde la formación de la República, se han anarquizad­o y desmoraliz­ado. En el Congreso se hace oír todo el zoológico de bochinchos­os y algunas especies exóticas de las que regaron de cruces los campos y dejaron miles de huérfanos y viudas. La JEP –Justicia Especial para la Paz– levanta su frente como la mejor aliada de la impunidad.

El gobierno, cuando comiencen las sesiones presencial­es del Congreso, necesitará una persona como ministro del Interior, hábil, experiment­ado, con garra y brillante para afrontar debates políticos planteados por parlamenta­rios sofistas, ávidos de comer carne ministeria­l. Un ministro elocuente, dialéctico, que no se deje acorralar. Que infunda respeto por sus conocimien­tos históricos, sus razonamien­tos sólidos, para superar la acritud en la polémica. De un ministro de la política de aquellos que en el pasado conmoviero­n el recinto del capitolio para amortiguar ataques contra los mandatario­s. De aquellos jefes de Estado, que como hoy lo hace Iván Duque, multiplica­ban esfuerzos por construir nación

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