El Colombiano

EL VENENO DE LA AVENTURA

- Por MONTERO GLEZ redaccion@elcolombia­no.com.co

Hay veces en las que diagnostic­ar la muerte resulta arriesgado. Por eso, en la antigua Roma se fijaba un intervalo de ocho días antes de trasladar un cuerpo a la pira funeraria. De esta manera, los romanos se aseguraban de que nadie fuese entregado con vida a las llamas.

La frontera con la muerte nunca ha sido un límite que pueda fijar la ciencia. Porque no siempre puede asegurarse el cese de las funciones vitales; es más, la suspensión de las mismas puede conducir a error en el diagnóstic­o. En las obras de Plinio el Viejo podemos encontrar relatos de hombres salvados de la pira funeraria en el último momento, y entre los practicant­es del vudú existe la creencia de que hay muertos que se levantan de su tumba para luego acabar vendidos como esclavos. El caso más célebre es el de Clairvius Narcisse, un haitiano que había muerto en 1962, y que reapareció en 1980 convertido en zombi.

Este caso, tan insólito como siniestro, llevó al etnobotáni­co canadiense Wade

Davis a explorar los rincones más oscuros del ritual haitiano. A principios de los años ochenta, Wade Davis se presentó por primera vez en Puerto Príncipe. Llegaba dispuesto a desvelar los misterios de una ceremonia macabra; un ritual por el que se mataba y revivía a los seres humanos hasta dejarlos sin voluntad. La fenomenolo­gía no dejaba ver otra cosa.

Pero Wade Davis, de formación científica, no se dejó llevar por las apariencia­s. Buscando la esencia del mundo secreto, dio con la causa o sustancia. Se trata de un compuesto tóxico hecho a base de plantas, animales y restos humanos; una mezcla venenosa que convertía a los seres humanos en muertos vivientes o zombis. Sus ingredient­es activos incluyen tetrodotox­ina y bufotenina, venenos de alto riesgo. Por un lado, la tetrodotox­ina es una sustancia que se obtiene del pez globo, conocido como fugu, una exquisitez gastronómi­ca japonesa que puede ser letal si no está bien cocinada debido a su alta toxicidad, capaz de provocar la suspensión cardíaca.

Por otro lado, la bufotenina se obtiene del sapo bufo, y es un potente alucinógen­o que puede llevar a la muerte, tal y como hemos visto con lo sucedido al fotógrafo valenciano José Luis Abad, víctima de un ritual en el que se inhala la “molécula de Dios”, nombre popular con el que se conoce este veneno.

En la ceremonia vudú, una vez que la víctima ha ingerido la mezcla, y es dada por muerta, se le da sepultura. Horas después, el brujo encargado de la ceremonia lo desentierr­a y le pone otro preparado compuesto por atropina y escopolami­na, alcaloides de la planta Datura Stramonium, conocida como Estramonio, y una de las plantas más venenosas del mundo. Hay que apuntar que la escopolami­na también ha saltado a las páginas de sucesos con el nombre de burundanga, la droga que utilizan los violadores.

Tras esta última ingesta, el cuerpo que ha sido sometido al ritual vudú se recupera, aunque no su mente, y eso fue lo que le pasó a Clairvius Narcisse cuando quedó convertido en un zombi, sujeto a la voluntad de su amo, el mismo brujo que organizó el ritual vudú y que luego lo obligó a trabajar en unas plantacion­es de azúcar.

El relato de estos hechos, así como el descubrimi­ento de la verdadera causa de la zombificac­ión de las personas en Haití, quedan reflejados en el libro que escribió Wade Davis con el título El enigma

zombi; uno de los mejores reportajes hasta la fecha sobre los rituales secretos, y heredero de ese otro, publicado en 1920 bajo el título de La isla

mágica, donde el periodista norteameri­cano William Sea

brook daba cuenta de su estancia en Haití y de los rituales de magia negra que practicaba­n los nativos de la isla

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