Dejar la vida como recogiendo recuerdos
Esta producción colombiana que muestra una historia de olvido se estrenará en línea hoy, día mundial del Alzheimer.
Lázaro González tenía demencia frontotemporal, una enfermedad degenerativa que afecta la habilidad motriz y semántica. Se le empezaron a olvidar las palabras, luego el movimiento. “Sabía que tenía que caminar, pero lo olvidaba”, cuenta su hijo, José Alejandro, que se fue de casa a los 18 años a Europa y regresó a Colombia a los 30 (2014), cuando su papá lo llamó porque tenía algo importante qué decirle. Era una llamada de auxilio, de esas que se entienden sin palabras.
“Cuando uno se va de la casa tan chiquito deja muchas cosas parqueadas”, dice sobre su regreso. En el mismo año decidió filmar a su papá, en principio “como un juego”, para recordarlo, viajaron, buscaban un río en el que se bañó, visitaron los lugares de la memoria, antes de que la perdiera del todo. Cuando murió, en 2018, había recogido un archivo de 40 horas. Decidió hacer la película que se verá desde hoy en la plataforma Mowies.
El estreno es en el Día Mundial del Alzheimer, 21 de septiembre, cuando las asociaciones médicas concentran sus esfuerzos en concientizar a la sociedad sobre esta enfermedad que padecen más de 46 millones de personas en el mundo, según la organización Alzheimer’s Disease International.
Lázaro fue uno de esos. “Cómo no filmarlo si se estaba yendo”, dice José Alejandro González sobre los últimos años que vivió con su padre. Esos momentos finales los guardó en un álbum familiar hecho con imágenes en movimiento. Esa intimidad y experiencia de vida, que se la lleva el río del tiempo, está en este documental condensado en una hora.
Volver a la familia, acompañar al padre, compartir la enfermedad… ¿cuál fue la mejor parte y cuál la peor?
“La mejor, compartir con él cuando no había perdido sus capacidades. Empezó a infantilizarse, a comportarse como un niño, tierno; él sabía que estaba perdiendo la memoria y se aferraba mucho a nosotros. Era algo invisible: nadie se daba cuenta, pero me agarraba la mano cuando no sabía contestar algo en la calle. Había una complicidad realmente hermosa. Lo más difícil fue que él fue perdiéndose hasta que al final no pudo hacer nada, lo que los médicos llaman una escala Barthel (actividades básicas de la vida diaria) cero”.
¿Quién era usted, el Alejandro de antes, y en qué se convirtió luego de vivir tan intensamente la enfermedad y muerte de su padre?
“Me fui durante muchos años, había perdido un montón de cosas, pero al final creo que las recuperamos. El primero era un Alejandro chiquito, más inconsciente. Luego quedó una persona más fuerte y en eso creo que la película fue terapéutica”.
¿Tiene preferencia por el documental autobiográfico?
“Es mi tipo de cine. Es como escribir los propios libros de uno, dibujar con una cámara lo que uno dice. Lo que tiene bueno la película es que le permito a la gente ver por la ventanita de mi hogar, aunque puede ser cualquier hogar. Creo más en ese cine autorreflexivo, el que mira para adentro. También me gusta el trabajo con la memoria y escribiendo desde uno como si lo hiciera en un cuaderno”.
¿Qué reacciones ha tenido el público cuando la ve?
“Muchos me han escrito porque se ven en la historia. La gente llora, se ríe, se abraza. Es algo humano, nos lleva a pensar cómo amamos a los seres queridos, cómo vemos nuestros hogares. Como está de jodido el mundo ahora, creo que la amistad vale la pena y podemos tener muchos amigos, reuniones, cenas, pero siento que hay mucho desarraigo en esas relaciones porque no están valoradas en lo que deben ser, cosas no tan reales... Esos lazos no son tan fuertes como los familiares, porque ahí somos una manada humana, somos iguales, trabajamos juntos. En ese sentido la ‘peli’ me ayudó a aceptarme”