El Colombiano

El récord de la hora de Cochise cumple 50 años. Relato de su gesta

A sus 78 años de edad, el exciclista rememora la hazaña lograda en 1970. “Con ello abrí muchas puertas”

- Por MARTÍN E. COCHISE RODRÍGUEZ* CAMILO SUÁREZ

Es increíble que hayan pasado 50 años desde que logré el récord de la hora en México en 1970.

Devuelvo el casete y recuerdo todo como si fuera ayer. Es que es imposible olvidar esa clase de acontecimi­entos. Dios me dio una memoria privilegia­da para recordar y compartir con los seres queridos y la gente cosas grandes que se hicieron por el país.

Fue tan duro el desafío de romper ese registro que antes de encararlo pesaba 75 kilos y al terminarlo quedé en 68.

No fue nada fácil. Consistía en poner un ritmo parejo, tener una cadencia moderada para aguantar 60 minutos montado en la cicla y dándole vueltas al velódromo. Y una buena concentrac­ión, claro.

La bicicleta era de marca Poliagy, italiana. Siempre la utilicé en los eventos de pista en que participé. En ella gané en centroamer­icanos, bolivarian­os, panamerica­nos e, incluso, en el Mundial de 1971 en Varese, convirtién­dome en el primer campeón de Colombia al vencer en los 4.000 metros persecució­n individual.

Como un tesoro

Y saber que esa no era la cicla con la que iba a intentar batir el récord. Dos semanas antes había estado en el Mundial en Leicester, Inglaterra, en el que fui quinto en la persecució­n.

Cuando finalizó ese certamen viajé, en compañía del entrenador de la Selección Colombia, el italiano Claudio Costa, a Milán, donde compramos una bicicleta especial para persecutor­es y con la que íbamos a intentar batir el récord de la hora.

Sin embargo, cuando hicimos escala en Nueva York, misteriosa­mente el vehículo se perdió en el aeropuerto. Nos quedamos dos días allí mientras viajábamos a México, pero jamás nos respondier­on por nuestras pertenenci­as.

Frente a ello no caí en lamentacio­nes. Pasamos doce días en México preparándo­nos para el desafío. Hacía trabajos detrás de moto tanto en velódromo como autódromo; dormía bien, sin tener distraccio­nes; la alimentaci­ón era muy saludable, comía carne a medio asar, pescado, sopas de verduras, muy pocas grasas…

La prueba la encaré con la bici de siempre, que adquirí gracias a la ayuda de Mario Papaya Vanegas -exciclista- en los Juegos Olímpicos de Tokio en 1964. Recuerdo que se la compramos a un velocista italiano llamado Giovanni Pettenella -campeón olímpico en esas justas de Japón-.

Tuvo un costo aproximado de 200 mil pesos colombiano­s, que para esa época era un platal. Pese a que no llevaba frenos, pacha, cambios… era un poco pesaba, de unos 8 kilos. Quizá con la que se extravió se hubiera tenido un mejor rendimient­o, pero al final logramos hacer historia.

Por tal motivo no salgo de esta bici, está colgada en el garaje de mi casa, acondicion­ado como si fuera un museo.

Momento de gloria

Al terminar ese reto, y al saber que con 47 kilómetros, 566 metros y 24 centímetro­s batí el récord anterior, todo fue alegría. Acabé extenuado, pero pese al dolor en las piernas no caí al suelo, eso sí, todo era abrazos, felicitaci­ones, júbilo. De inmediato el médico que me acompañaba, el caleño William Jiménez, me revisó para constatar que estuviera bien. El cuidado en ese momento volvió a ser especial, sin exagerarme en la comida pese a lo kilos que perdí. Me alimentaba con pura fruta, insisto, no comía grasas.

Si en México me ovacionaro­n y salí en los periódicos, en Bogotá y Medellín no se quedaron atrás. En ambas ciudades el recibimien­to fue en carro de bomberos.

Era tanta la felicidad de sentir el cariño del público que, por arte de magia, desapareci­ó el cansancio en las piernas tras el trajín de días anteriores.

Nunca antes había intentado batir ese récord, si mucho rodaba 30 minutos a un paso fuerte y constante. Tampoco me atreví a superarlo de nuevo, es que como decía el propio ciclista belga Eddy Merckx, que también batió récord de la hora en 1972, a esto no se le mide cualquiera, queda uno como chupado, flaquísimo. En sí la preparació­n es muy específica, dura, en la que se debe uno privar de estar en otras competenci­as para enfocarse solo a ello.

Esa hazaña sirvió para que el deportista colombiano, no solo el ciclista, se motivara a luchar por cosas grandes, para que entendiera que sí se podía hacer la diferencia en el ámbito internacio­nal. Entonces fue la entrada a muchas más conquistas. Incluso me llené de mucha más confianza y al año siguiente fui campeón mundial. Me siento feliz de abrir caminos para los pedalistas del país. Con mi récord demostré que el colombiano sí podía escalar alto.

Además de los triunfos que logré, el más importante, y que valoro cada vez más, es el cariño de la gente.

Me quedo corto en palabras cuando voy por la calle, indiferent­e del lugar que sea de Colombia, y alguien me dice: “Cochise, gracias por todo lo que le diste a Colombia”. Eso da alegría, satisfacci­ón y orgullo. Pero también todo ello se logra por mi forma de ser, de estar siempre cerca del público. Hay deportista­s que han sido grandes, pero no son recordados debido a su antipatía.

En mi casa, al lado de mi esposa María Cristina Correa, con quien me casé en ese año 70, mis hijos (Marcela, Juan Esteban y Daniel) y nietos (Valeria y Matías) son felices con mis recuerdos, entre ellos esa bicicleta de pista con la que logré tantas cosas, como el récord de la hora. A ella le debo todo lo que hoy es Cochise

*Exciclista y declarado Deportista del Siglo 20 en Colombia

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FOTO Cochise no abandona su amiga preferida, la bicicleta. El 25 de octubre se le rendirá homenaje.
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