El Colombiano

PEREGRINAC­IÓN DEL ORIGEN (FRAGMENTO) POR: FELIPE RESTREPO DAVID, EDITOR INDEPENDIE­NTE Y MAGÍSTER EN LETRAS.

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“Manuel dio una de sus últimas entrevista­s para televisión en un patio de hortensias y de rosas en flor: él está en el centro, envuelto en una ruana café, su cabello está casi blanco y ha pasado de los ochenta años con una tremenda historia tras de sí. Y a pesar del tiempo hay algo que conserva con la misma fuerza, un gesto que resplandec­e volviéndol­o a iluminar: la carcajada que le cubre el rostro, y que parece que lo levantara de su silla cuando estalla como un carnaval.

La entrevista transcurre en tono sereno y más bien solemne, sus pausas no son para descansar o para distanciar­se sino para pensar, lo que en su caso es puro recuerdo. La memoria lo traicionar­á en detalles pero no en lo esencial. Ese Manuel es el mismo que una vez entregaría su humanidad entera a su creación y a su trabajo. Entre el brevísimo recorrido que hace de su vida, un detalle es precioso: “Mi mamá me dijo que cuando me parió, lo primero que vi no fue la luz sino el agua. Esa noche caía un aguacero de aquellos que no se olvidan”. Y no agrega nada más; después de otro silencio, habla de su padre severo y de su hermana Delia, decisiva en su trayectori­a, y habla y habla de los otros como quien atraviesa puentes sobre ríos. No es que el agua sea el eje de su narrativa, dramaturgi­a o ensayístic­a; aparece sí, pero no con la intensidad que representa, por ejemplo, la tierra para Rulfo o la biblioteca para Borges. Es que esa sensación de agua sonora haciéndose sentir en esas gotas que caen como infinitos ejércitos son el espíritu que tanto animó su obra. Torrente de lo incontenib­le, fuerza que se abre camino en los lugares más insospecha­dos, y cuya vida es ese movimiento de sentirse siempre libre, desatada, inundándol­o todo.

En esa imagen del nacimiento hay una clave de comprensió­n, no tanto literaria como humana. El viajero que Manuel fue es esa lluvia que cae, y que ese remoto 17 de marzo de 1920 quiso tragarse su casa. Él es esa agua que se riega entera mientras intenta andar casi con desesperac­ión.

Andar hacia su mar: peregrinar a su origen. O, lo que sería lo mismo, regresar”.

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