EL CUMPLEAÑOS DE LA “JECHU”
La despedida, como siempre, sería lo más difícil. Nunca quieres pensar que es la última.
Todos los años, a principios de octubre, hago mi peregrinaje a la ciudad de México para estar con mi mamá en su cumpleaños. Este año cumple 87 y los dos sabemos que no tenemos mucho tiempo que desperdiciar. Pero, tristemente, la pandemia me ha obligado a cancelar el viaje y tengo esa terrible sensación de estar perdiendo algo irrecuperable.
Todavía hay vuelos entre México y Estados Unidos y, a pesar de las restricciones, con mis dos pasaportes podría tomar un avión desde Miami. El problema está en la creciente posibilidad de contraer el virus en un avión y en que, sin saberlo, se lo podría contagiar a mi mamá. Eso no me lo perdonaría nunca y no sé si su frágil cuerpo de metro y medio lo podría resistir.
La pandemia nos ha obligado a hacer lo impensable. Nos ha alejado de los que más queremos y ha hecho peligrosamente letales los apapachos más fraternos. Hay vacaciones, bodas y viajes suspendidos. Ante la incertidumbre de una vacuna efectiva y segura, todavía no tenemos, ni siquiera, una fecha para reservar vuelo y hotel el próximo año. Y lo más duro, sin duda, han sido esas despedidas a través de un celular, en llamadas de larga distancia, de pacientes de coronavirus que no pudieron pasar sus últimos momentos acompañados de su familia. El muro del covid nos ha separado mucho más que el muro de Trump.
Más de 200 mil personas han muerto por el coronavi
rus en Estados Unidos y más de 75 mil en México. Ambos países están en la lista de naciones con más contagios del planeta. Y a pesar de que la Organización Mundial de la Salud ha concluido que el covid-19 es una infección “que se transmite principalmente de persona a persona a través de gotículas respiratorias y el contacto físico”, los presidentes Donald
Trump y Andrés Manuel Ló
pez Obrador, suelen evitar el uso de cubrebocas en público, como si fuera una cuestión de valentía, enviando el mensaje equivocado y obstaculizando el control de la enfermedad. Trump y su esposa Melania dieron positivo esta semana.
Perderse un cumpleaños, lo sé, no es el fin del mundo. Pero cuando tu mamá cumple 87 años las cosas cambian. Hay muchas cosas que a ella y a mí se nos olvidan pero que se pueden recuperar, pacientemente, en una larga charla de sobremesa. Verla, para mí, también es recuperar por un momento ese México que dejé hace más de tres décadas y que me hace tanta falta. Esta mujer, de quien tuve mis primeras lecciones de rebeldía, siempre ha tenido tiempo para mí. Y lo menos que puedo hacer es estar ahí cuando a ella le importa.
Mis hermanos y yo nos referimos a ella como “la Jechu”. Es decir, la jefa. Para este cumpleaños de la Jechu, yo me imaginaba su abrazo, al abrir la puerta de su apartamento, colgándose de mi cuello, de puntitas, y sin soltarme. Como si fueran varios abrazos al mismo tiempo –los que nos habíamos guardado por tantos meses sin vernos.
Y luego ella llevándome de la mano hacia su sala, lentamente (para cuidar sus rodillas) y diciéndome: “Ay Jorgito”. Algo mágico ocurre cuando una madre hace sentir como niño a un hombre de 62 años. Seguramente platicaríamos un ratito mientras yo revisaba los detalles de su cada vez más reducido universo: una salita con mucha luz para leer y un televisor donde ve un programa que no se pierde porque le ayuda a “saber qué pasa en el mundo”. Ese mismo mundo que hoy no nos deja vernos.
Acabaríamos, más temprano que tarde, en un restaurante cerca de su casa. Se echaría uno o dos tequilitas, para sorpresa del mesero. Y ante cada saludo de algún conocido, ella diría, poniendo la mano en mi espalda: “Este es mi hijo Jorge, el grandote”. En realidad, soy más bien chiquito. Pero esa combinación de humor y orgullo materno desarma a cualquiera.
Quizás, más tarde, visitaríamos una librería o hasta un museo, pero sin la intención de ver nada, excepto hacernos compañía. Y ya al atardecer la regresaría a su casa. “En las noches ya no funciono tanto, mijito”, me diría disculpando su cansancio.
La despedida, como siempre, sería lo más difícil. Nunca quieres pensar que es la última y, sin embargo, regresas de la puerta para un segundo abrazo.
Así quería pasar este cumpleaños con la Jechu. Será el próximo año. Ojalá